OPINIÓN

Dialogar el reencuentro

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas, reciben a los asistentes a la cumbre euromediterránea que se celebra en el Palacio de Pedralbes de Barcelona.
El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas.
RAFA GARRIDO / ACN
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el de la Generalitat, Artur Mas, reciben a los asistentes a la cumbre euromediterránea que se celebra en el Palacio de Pedralbes de Barcelona.

En junio de 2011, el entonces presidente de la Generalitat Artur Mas protagonizó un pintoresco episodio que nunca antes se había producido, y nunca después hemos visto: necesitó que un helicóptero le trasladara al parlamento de Cataluña. Tal cosa ocurrió porque manifestantes del 15-M que se hacían llamar "los indignados" llevaban horas agrediendo a los diputados que pretendían asistir al pleno de la Cámara para participar en la votación de los presupuestos de la Generalitat. Aquel 2011 fue uno de los años duros de la crisis, no había dinero para nada, pero los indignados se negaban a aceptar los recortes previstos por Artur Mas.

Mas se asustó. Meses después, Zapatero salió de Moncloa y el líder catalán pidió hablar con el nuevo presidente Rajoy. Exigió un trato fiscal equivalente al que reciben el País Vasco y Navarra. Rajoy le hizo ver que si no había dinero para nadie, tampoco podía haber un trato especial para Cataluña.

"Cada nuevo presidente que llega a la Moncloa cree que él sí va a conseguir lo que sus antecesores no consiguieron"

Artur Mas se asustó otra vez, y llegó a la conclusión de que sumarse a los indignados era la única manera de no ser atropellado por ellos. No hubiera sido muy creíble que un hijo de la burguesía se hiciera, de repente, comunista. Pero sí podría "colar" que pasara de nacionalista a independentista. Ahí nació el procés.

Desde aquel 2012 y hasta el primer referéndum ilegal del 9 de noviembre de 2014, Rajoy negoció (sí, negoció) varias veces con Mas. Algunas, en Moncloa, con fotógrafos a las puertas. Otras, en secreto. El entonces presidente del Gobierno aceptó pactar decenas de medidas exigidas por la Generalitat, salvo una: la autodeterminación.

Con el paso de los años, Rajoy también negoció con Carles Puigdemont, mientras Soraya Sáenz de Santamaría negociaba con Oriol Junqueras. Pero hubo un segundo referéndum ilegal el 1 de octubre de 2017.

Si algo nos dice la historia es que cada nuevo presidente que llega a la Moncloa sufre el virus del adanismo: tiende a creer que él sí va a conseguir aquello que sus antecesores en el cargo no consiguieron; que ahora empieza todo desde cero, como si nada hubiera ocurrido antes y como si analizar la experiencia de los anteriores fuese una pérdida de tiempo.

Pedro Sánchez inicia su propio proceso de negociación. Lo hace con quienes han dicho que "la gobernabilidad de España me importa un comino" y que "lo volveremos a hacer". Sánchez promete ahora un "diálogo para el reencuentro", cuando desde la otra parte se exige, otra vez, el "relator" que a principios de 2019 provocó que ERC se negara a aprobar los presupuestos y aquello derivara en elecciones anticipadas en abril, una legislatura fallida, repetición de elecciones en noviembre y un gobierno de coalición "colgado" de ERC y Bildu. Tiempos confusos.

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