Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

El rinoceronte

Fotograma de la película 'Y la nave va' de Federico Fellini.
Fotograma de la película 'Y la nave va' de Federico Fellini.
Fotograma de la película 'Y la nave va' de Federico Fellini.

Y aquí está. Extraño, melancólico, irrepetible, antológico, inevitable. El rinoceronte. La pandemia es un rinoceronte, un animal colosal, por momentos incomprensible, que nos abandona en el desconocimiento y nos sitúa, por confinamiento, en los confines mismos de la razón y de la desesperanza. Es un ser estremecedor, insólito y por momentos surrealista por su propia realidad espectral.

El virus es como el rinoceronte a bordo del gran trasatlántico Gloria N de la película Y la nave va (1983) de Fellini, una bestia en el interior de un barco que, como un Arca de Noé, parte del puerto de Napolés en 1914 justo antes de la Primera Guerra Mundial con destino a la isla de Erimo. 

Como un gran Titanic, los pasajeros en el barco se clasifican en función del lugar que ocupan: élites en cubiertas superiores, marineros en calderas, camareros y cocineros en cocinas. Y el rinoceronte que comienza a despedir un hedor tumefacto. Un símbolo de nuestra fatalidad y de nuestro sino, siempre inexplicable.

En la escena final, Orlando, el alter ego de Fellini, se salva del naufragio en una barca junto al rinoceronte, el monstruo que enfila el destino mortal de los hombres. Esa imagen terminal, apocalíptica, del hombre abandonado junto al animal en un decorado imposible por poético es la imagen de nuestros días. 

Y cuando al final de la película se interpreta en una apoteosis imponderable La fuerza del destino, no se hace sino poner música al miedo de esa época, como la bizarra y carpetovetónica Resistiré de nuestros tristes días. Y que el rinoceronte no me confunda y me permita tan insolente comparación.

De la ‘Gloria N’ hemos pasado, con permiso de Almodóvar, al ‘Dolor’ sin más. Y siempre con permiso de ese paquidermo imperial que pintó Durero a partir de los trazos y bocetos que se hicieron del primer rinoceronte que llegó a Europa (Portugal) en 1515, en el tiempo en que otra peste devastaba Valladolid, Córdoba o Valencia. Y Sevilla, donde un médico de la época de nombre Francisco Franco –y que nadie se escandalice– aseguraba que solo en la ciudad del Guadalquivir morían 800 personas al día. Hoy, hombres digitales, como ayer.

El rinoceronte que pintó Alberto Durero en 1555.
El rinoceronte que pintó Alberto Durero en 1555.

Porque el rinoceronte siempre está dormido a punto de despertar. La guerra, la pandemia, la destrucción de la libertad a manos de la tecnología. Y despertó. Vaya si despertó. Ahora, los hombres, solitarios, navegan dentro de una embarcación con un rinoceronte dentro, triste compañero de viaje, en dirección hacia algún puerto que, hoy por hoy, se desconoce. 

Pero espero, como ocurre en la película, que el hombre susurre a la bestia al final y que esta pestañee aliviada y le libere de su carga destructiva. Habremos nuevamente vencido. Nessun dorma, Vinceró!

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