El juez australiano ha decidido atenerse a la letra de la ley, fijarse en el poco tiempo que se le dio a Novak Djokovic para presentar sus alegaciones (lo cual está mal) y permitirle la entrada en el país. Todo indica que jugará el Open de Australia. Eso es un triunfo del Derecho, pero también una negación de aquello a lo que el Derecho sirve (la sociedad humana y su salud) y, sobre todo, un triunfo de la secta de los antivacunas, que en medio mundo han hecho bandera de la terquedad irracional y petulante del tenista para no vacunarse.
Hay cosas en este asunto que ya no tienen nada que ver con el tenis. Los fanáticos antivacunas reclaman que se respete su libertad de no vacunarse, lo cual pone en peligro su propia vida y la salud de los demás. Bien. Del mismo modo podrían reclamar su libertad para hacer cualquier otra atrocidad que a ustedes se les ocurra y que no esté, al menos de momento, tipificada como delito. Sí, es perfectamente comparable. ¿Dónde acaba la libertad?
Pero hay cosas que sí tienen que ver con el tenis. Veremos qué pasa cuando Djokovic (pronúnciese Yo Covid) salga a la pista y reciba, quizá, un abucheo sin precedentes en la historia de ese deporte, cosa que desde luego se merece. Veremos qué pasa cuando, quizá, alguno de sus contrincantes se niegue a jugar con él. Djokovic, uno de los mejores tenistas del mundo, es un ser inestable e iracundo que agrede a los jueces de silla y hasta a los recogepelotas, y que se cabrea muchísimo cuando el público se pone de parte del rival. Veremos qué pasa cuando (quizá) la presión de las gradas le saque de quicio.
Una cosa está clara: este torneo pasará a la historia. Y no por el tenis.
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