El fútbol es un negocio y los equipos, empresas privadas cuyo objetivo es ganar dinero. Lo sabe Florentino con su arrogante Superliga salvadora, lo sabe Tebas con sus horarios made in China, lo sabe la UEFA con su monopolio de la Champions y también la FIFA, con un Mundial en invierno y en Catar, mirando a otro lado mientras 6.500 trabajadores mueren levantando estadios.
Pero Florentino y compañía, quizás como aquel emperador romano, despreciaron una pequeña aldea irreductible, el corazón de los aficionados, en este caso los ingleses. Para ellos, el fútbol sigue siendo 22 tipos, un balón por medio y conversación para toda la semana. Y eso no hay quien lo compre.
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