OPINIÓN

Voces y acentos

Un paracaidista de la Patrulla Acrobática traslada la bandera tras saltar de un avión sobre el Paseo de la Castellana.
Un paracaidista de la Patrulla Acrobática traslada la bandera tras saltar de un avión sobre el Paseo de la Castellana.
Chema Moya / EFE
Un paracaidista de la Patrulla Acrobática traslada la bandera tras saltar de un avión sobre el Paseo de la Castellana.

Se ha dado un hallazgo en la celebración de la Hispanidad de este año, al margen de las declaraciones más o menos desafortunadas de algunas personas prominentes: al fin y al cabo, las declaraciones son como el ruido que acompaña a las nueces, y que se desvanece si los frutos salen buenos. El hallazgo ha sido el vincularla a la lengua y a sus acentos, algo claro, reconocible, innegable y que nos abarca a todos a un y otro lado del Atlántico.

El momento presente desdibuja muchas cosas, entre ellas el pasado y su interpretación: lo hecho, hecho está, con lo bueno y con lo malo, con lo regular y con los avances y retrocesos que cada pueblo sufre al encontrarse, y a menudo enfrentarse con otro.

No somos los mismos de hace 500 años: no pretendemos serlo

No somos los mismos de hace 500 años: no pretendemos serlo. Pero si algo puede celebrarse en una ocasión como la Hispanidad es que el mundo se ensanchara, y lo hiciera en una lengua, el español, con un eje que aún continúa vivo y vibrante, con la posibilidad de comunicarse, de cantar, de crear obras y tender puentes, y de lograr que las emociones, las órdenes, el conocimiento y los hechos se volvieran, de pronto, transparentes en torno a un idioma común.

Se canta en los dos continentes en un mismo idioma, se compone poesía y se crea pensamiento enriquecido con el habla local, se combinan vocablos como se incorporó la riquísima flora, alguna de ella comestible, a Europa, y la fauna, alguna de ella utilísima, a América.

El idioma no ocupa lugar en un viaje ni debería generar hostilidades ni demandas de superioridad. Allana caminos y une voluntades

El idioma no ocupa lugar en un viaje ni debería generar hostilidades ni demandas de superioridad. Allana caminos y une voluntades. Con él se permite suavizar escollos y asperezas que aún hoy sirven como armas arrojadizas, y que podrían solventarse con palabras, algunas de ellas complicadas: pedir perdón no cuesta nada, y cuesta mucho.

Abandonar los reproches significa en ocasiones renunciar a posiciones sólidamente arraigadas y de las que se extraen evidentes beneficios. De todo esto y de muchas otras cosas debe y puede hablarse: pero mientras se solucionan los malentendidos, celebremos este idioma, este día y este encuentro. Sin ser sus protagonistas, nos hemos convertido en sus herederos.

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