Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El día que Carmen Sevilla triunfó en la televisión alemana (y se atrevió a cantar en alemán)

Carmen Sevilla en 1968 en la televisión alemana, siempre con su habilidad para mirar a cámara y comunicar al espectador.
Carmen Sevilla en 1968 en la televisión alemana, siempre con su habilidad para mirar a cámara y comunicar al espectador.
 
Carmen Sevilla en 1968 en la televisión alemana, siempre con su habilidad para mirar a cámara y comunicar al espectador.
@borjateran
  
  

Sólo bastaron dos cámaras. Una, apuntando a los dedos de Augusto Algueró, que estaba tocando al piano las primeras notas de su 'Gracias'. Otra, para mostrar a Carmen Sevilla, dando vida y emoción a tal icónica canción. Sólo bastaron dos cámaras. Nada más. Y nada menos.

Y nadie echó en falta más imágenes, pues la fuerza estaba en la sencillez de un plano secuencia que bailaba con una Carmen de España que no cantaba: directamente interpretaba. Sin cortes de imagen. De esta forma, aún se amplificaba más lo especial del momento. Ya que esta planificación televisiva de la actuación favorecía la habilidad de Carmen Sevilla para seducir de tú a tú a la audiencia. Siempre mirándola, hasta cuando no miraba.

Porque Carmen nunca perdía de vista a su público. Aunque el público no supiera muy bien quién era. Estaba pendiente de comunicar, de que se la comprendiera,  En definitiva, de llegar y traspasar. Así, los alemanes la conocieron en aquel gran plató de su televisión en 1968. Y se enamoraron de ella en un prime time donde interpretó varias canciones con una magnética actitud escénica. Incluso se atrevió a cantar una pequeña parte de 'Gracias' en alemán. La importancia de que te entiendan. O intentarlo. A pesar de que tú mismo no tengas muy claro lo que estás diciendo.

"Su arte entendió que la imperfección nos hace más especiales de lo que el mundo de las apariencias nos permitió creer".

Pero Carmen Sevilla se aventuraba. Era responsable, pero a la vez en todos sus años al frente de las cámaras siempre protegió ese punto de inconsciente espontaneidad que le permitía saltarse ciertas rigideces de la época de la que fue fruto hasta transformarlas en modernidad.

Aquella noche del 68 quizá los alemanes esperaban una folclórica española cargada de tópicos, pero se encontraron a Carmen Sevilla moviéndose alrededor del piano de Algueró con una expresividad con los brazos abiertos que contagiaba más empatía que clichés, más cercanía que seguridad, más humanidad que divismo.

Por eso mismo, Carmen Sevilla triunfó tanto y tan bien después: su arte entendió que la imperfección nos hace más especiales de lo que el mundo de las apariencias nos permitió creer. 

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