Greta Thunberg acaba de llegar a la mayoría de edad y ya es un mito universal. La activista en defensa de medidas para frenar el cambio climático está presente a diario en los medios de comunicación. Si hubiese nacido antes, seguro que habría sido considerada por sus contemporáneos como una profetisa o tal vez como un ángel de la guarda que descendió al mundo para salvarnos.
Es una estrella de la futurología científica. La gente la admira y los poderosos la respetan cuando habla y cuando calla
La verdad es que no hay que regatearle méritos ni por su dedicación ni, menos aún, por su clarividencia. La preocupación que demuestra por el calentamiento que está experimentando la Tierra es tan admirable como su constancia en ponerle coto. Es una estrella de la futurología científica. La gente la admira y los poderosos la respetan cuando habla y cuando calla.
Ahí es nada, a los dieciocho años codearse a diario con ministros, jefes de Gobierno, intelectuales y sabios de los que ya apenas quedan sueltos. Viaja por los cinco continentes, se entrevista con los capitostes mundiales y en las cumbres políticas se codea con quienes mandan, gobiernan y deciden. Lo malo es que la joven sueca se lo ha creído.
Nadie parece querer reconocer en público lo que de ella se dice en privado: se ha vuelto insoportable, exigente, caprichosa y no sé cuántas cosas más. Quizás impertinente en el fondo y grosera en las formas. Lo demostró estos días pasados en la COP26, en Glasgow. Los acuerdos adoptados por los treinta y tantos mandamases reunidos para adoptar medidas globales no le gustaron y su respuesta fue sorprendente: "Métanselos ustedes por el culo". Poco diplomático y sutil, desde luego.
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