Seis millones de kilómetros cuadrados, casi doce veces España. Esa es la superficie que ocupa la Amazonía, un espacio natural único que alberga el 60% de los bosques tropicales del planeta. Sus dimensiones ciclópeas son la consecuencia del imponente río Amazonas que con sus mil afluentes conforma una gigantesca extensión de humedales y zonas pantanosas que durante millones de años determinaron la formación del mayor ecosistema en formas, colores y biodiversidad que existe. Todo es superlativo en la Amazonía, allí crecen cerca de 80.000 clases de árboles diferentes y más de 140.000 especies de plantas. Los ejemplares arbóreos se calculan en cientos de millones y la fauna que acoge, desde el más pequeño y sofisticado insecto al más espectacular de sus vertebrados, es tan variada como inmensa.

"Jair Bolsonaro llegó al poder aupado por los depredadores ruralistas empeñados en convertir los bosques en terrenos de siembra o pasto para el ganado"

Ningún espacio natural es tan importante para el equilibrio medioambiental de la Tierra como este del cono sur americano que, según los expertos, absorbe no menos del 15% de dióxido de carbono que lanzamos a la atmósfera, el mayor responsable del efecto invernadero. Así pues, la preservación de los bosques tropicales en general y, por sus magnitudes, de los amazónicos en particular resulta esencial para cualquier estrategia contra el cambio climático.

La inmensa mayoría de la Amazonía es territorio brasileño y nadie, ni siquiera el progresista Lula da Silva, logró frenar la deforestación que enriquece a los grandes hacendados productores de soja y carne y a los mineros del oro. Pero ninguna etapa ha sido tan devastadora como la actual que preside el ultraderechista Jair Bolsonaro, quien llegó al poder aupado por los depredadores ruralistas empeñados en convertir los bosques en terrenos de siembra o pasto para el ganado. Durante el mandato de Bolsonaro, casi se triplicó la tala de árboles alcanzando los 11.000 km2 devastados cada año y se ha acelerado en los últimos seis meses.

Con tan siniestro balance en su mochila, el mandatario brasileño tuvo el cuajo de acudir a la cumbre de Glasgow escondiendo las cifras y comprometiendo una "deforestación cero" que a los pocos días matizó ante sus palmeros diciendo que solo se refería a la "deforestación ilegal", que según su código forestal tiene manga ancha para los hacendados. Es decir, más devastación y más de lo mismo. Este es el Bolsonaro cuya entrevista fue mendigando Santiago Abascal para promover una supuesta alianza de "todos los patriotas del mundo".

Este es el motivo por el que en América del Sur no hay sabanas y sí grandes bosques

En Glasgow se pergeñó una fórmula para forzar al Gobierno de Bolsonaro y conjurar en lo posible su deriva depredadora. La idea es presionarle desde las sedes de las grandes multinacionales, que son las que compran la mayor parte de su producción de soja, azúcar y carne. Esos productos, de los que Brasil es el mayor proveedor mundial, proceden en gran medida de las áreas que fueron deforestadas. Hay ya una larga lista de grandes compañías, que van desde supermercados como Carrefour o Lidl hasta las marcas de comida rápida como Burger King o McDonald’s, que han amenazado con el boicot a las exportaciones de esa procedencia si no cambia de actitud.

La medida la secundan EEUU y China, aunque es dudoso que sea suficiente frente a los grandes y perversos intereses que en Brasil imperan. De ahí el acierto de la propuesta de la Comisión Europea para que cualquier país que quiera exportar a la UE se cerciore y demuestre que su cadena de producción no tuvo vínculo alguno con la tala de árboles.

Una iniciativa que los gobiernos comunitarios y el Parlamento Europeo deberían avalar por el bien de todo el planeta.