Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

La tregua de Navidad

Una abuela con su nieto
Una abuela con su nieto en casa.
GTRESONLINE
Una abuela con su nieto

Veinticuatro de diciembre de 1914. Al caer la tarde, un grupo de soldados alemanes apostados en el frente de los campos de Flandes decora sus trincheras con motivos navideños y comienza a cantar villancicos. El sonido del Stille nacht (Noche de paz), tan atípico en un escenario de guerra, cruza las alambradas y sacos terreros hasta alcanzar las posiciones enemigas. Fue entonces cuando el prodigio pasó a mayores al responder las tropas británicas con sus propios cánticos estableciéndose una extraña polifonía del todo impropia de un lugar de lucha, muerte y desolación. 

No contentos con la música, los mismos soldados ingleses y alemanes que durante semanas se habían estado matando dejan sus armas y saltan de las trincheras a tierra de nadie para celebrar juntos la Nochebuena. Aquella fue, que se sepa, la primera vez en la historia en que la Navidad paró la guerra, pero no sería la última. A partir de entonces hubo treguas cada 24 y 25 de diciembre en casi todas las conflagraciones.

El lenguaje bélico que se ha impuesto en la lucha contra la Covid-19 podría inducirnos a imaginar que el virus también nos dará tregua estas Navidades, pero nada más lejos de la realidad. A diferencia de aquellos soldados de la Gran Guerra, el bicho ni entiende lo del alto el fuego ni se emociona con los villancicos. Es más, al revés de lo que ocurrió en diciembre de 1914, este 2020 no será la Navidad la que pare la guerra, sino la guerra contra la pandemia la que pare la Navidad.

Aunque la iluminación alumbre las calles con más intensidad que nunca y los conos brillantes hayan crecido en las plazas más que ningún año, hemos de asumir que nada será igual que las otras Navidades porque no podemos permitirnos que lo sea. Y no solo porque faltarán decenas de miles de compatriotas a los que la pandemia les arrebató la vida, sino porque hemos de evitar que, a consecuencia de los festejos, el año que viene nos falten aún muchos más.

"Es preferible que la pandemia nos robe la Navidad a que nos robe más vidas"

El optimismo que transmiten las noticias sobre la eficacia de las distintas vacunas y la inminencia de las campañas de vacunación inducen a bajar la guardia en unas fechas en las que más que nunca nos pide el cuerpo el juntarnos, abrazarnos y celebrar que a este maldito año le quedan ya pocos telediarios.

Más movilidad y más contactos, ese es el escenario que angustia a los responsables sanitarios y a quienes trabajan al pie del cañón atendiendo a miles de ciudadanos intubados en las UCI y debatiéndose entre la vida y la muerte. La insistencia del ministerio en que la gente pase unas fiestas tranquilas, sin viajar y reduciendo lo máximo posible las reuniones con la familia y los amigos es lo bastante abierta e interpretable para que cada cual haga lo quiera. Es obvio que el concepto "familia" unido al, aún más abstracto, de "allegado" permite un margen de maniobra tan amplio que confía cualquier restricción a la responsabilidad individual y al sentido común de cada uno de nosotros. Lo inteligente y lo sensato es que, al margen de lo que nos permitan o no, protejamos especialmente a los más vulnerables y conjuremos, sin asumir riesgos, el posible daño psicológico que pueda causar a muchas personas el no estar con sus seres queridos en Navidad.

Si las concentraciones masivas por la iluminación navideña y el puente de la Inmaculada han causado el repunte de esta semana, imaginen lo que ocurrirá si olvidamos que el virus no dará tregua ni en Nochebuena ni en Nochevieja ni en Reyes. Es preferible que la pandemia nos robe la Navidad a que nos robe más vidas.

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