Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Dios ‘salva’ a la reina, no a Johnson

La reina Isabel II en una imagen de archivo.
La reina Isabel II en una imagen de archivo.
GTRES
La reina Isabel II en una imagen de archivo.

Eso de que Dios aprieta pero no ahoga le vale ahora a la reina de Inglaterra, cabeza visible de la Iglesia anglicana. La terrible acusación de abuso sexual a una menor vertida contra su hijo predilecto causó estragos en la monarquía británica. El escándalo del príncipe Andrés disparó los hasta ahora exiguos sentimientos republicanos que entre los más jóvenes ya son mayoritarios. La fulminante respuesta de Isabel II ante los fracasados intentos de Andrés para evitar comparecer ante un tribunal de Nueva York, aunque firme, solo es un paliativo para la Corona. La reina, animada por el príncipe Carlos y su hijo Guillermo, expulsó al duque de York de la familia real retirándole honores y títulos militares. El que fuera hijo más querido de la reina y de muchos británicos, por su supuestamente heroica participación en la guerra de las Malvinas, ha sido juzgado y condenado por su propia familia antes de que un fiscal, ávido de gloria ante semejante pieza de caza mayor, le despelleje vivo en un tribunal yanqui. Lo previsible es que Andrés intente un acuerdo económico con la demandante para conjurar males mayores, aunque ello suponga el reconocimiento de un delito repugnante que no le permita levantar la cabeza de por vida.

El daño para la casa real británica va mucho más allá de los dimes y diretes sobre el príncipe Enrique y Meghan Markle y sus broncas con el resto de los Windsor. La desolación reinó en Buckingham Palace sobre todo si tenemos en cuenta que en 2022 Isabel II celebra el Jubileo de Platino por sus 70 años de reinado. Pero el Dios salve a la reina que entona el himno nacional británico se ha hecho patente gracias a los desmanes etílicos de su primer ministro.

Los monárquicos más creyentes seguro que han visto la mano de la divina providencia en la ola de afecto hacia su reina, provocada por la información que revelaba la fiesta que una treintena de empleados y amiguetes de Boris Johnson celebraron en Downing Street en las horas previas al funeral de Felipe de Edimburgo. Los medios británicos y los de medio mundo rememoraron la imagen de soledad de la soberana nonagenaria en las exequias por su esposo mientras en la residencia del premier británico se montaban la juerga, ajeno al luto y a las restricciones por la Covid.

"La soberana británica, con la imagen de fragilidad que transmiten sus 95 años, aparece como un bastión de dignidad frente a los desmanes del primer ministro"

De esta guisa, los parties etílicos de Johnson y sus consecuencias políticas, además de eclipsar informativamente al feo asunto del duque, le proporcionan a Isabel II un torrente de solidaridad cuando más lo necesita. En plena crisis institucional, la soberana británica, con la imagen de fragilidad que transmiten sus 95 años, aparece como un bastión de dignidad frente a los desmanes del primer ministro y su banda de amigotes. El empeño de Boris Johnson por recuperar el pulso político mandando a la Marina a controlar la inmigración o purgando a sus colaboradores como si los botellones de Downing Street no fueran con él recuerda demasiado al capitán Renault de Casablanca escandalizándose porque "aquí se juega".

Johnson basó hasta ahora su popularidad en ese histrionismo que tanta gracia le hacía a muchos británicos hasta que han descubierto que no se reía con ellos, sino de ellos al asegurar que confundió el botellón en su jardín con una reunión de trabajo. De ahí su caída en picado en los sondeos y el que esté en la cuerda floja ante el partido conservador que hasta ahora le reía los chistes.

"Por el amor de Dios, váyase", le espetó en Westminster el exministro del brexit. Y Dios es posible que salve a la reina, pero a Boris Johnson otra vengativa revelación de alguno de sus exasesores y no lo salva ni dios.

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