Aunque la entrada de la heroína se hace por la vía nasal –ya sea fumada o esnifada–, el 60% se decanta al final por la jeringa. La inyección se explica por cuestiones de mercado, ya que hasta Barcelona llega la heroína blanca, que es difícil de fumar. La coautora del estudio y doctora de la Agència de Salut Pública de Barcelona, Teresa Brugal, destaca que la vía intravenosa comporta un mayor riesgo para el drogadicto, que ve crecer las posibilidades de sobredosis e infecciones.
El nuevo consumidor se aleja de la imagen que en los 80 asoció la heroína con la marginalidad. Así, el adicto es hombre (el 69%) de menos de 25 años, que vive aún en el domicilio familiar y tiene más formación que la media de drogadictos españoles. Dos tercios han cursado estudios secundarios y un 3%, es universitario. A nivel laboral, la mitad está en paro, un tercio tiene trabajo estable y una cuarta parte roba. Con una vida más o menos estable que incorpora el chute como un elemento más, Brugal admite que aumenta el éxito de los tratamientos y se reduce la marginalidad.
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