Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Al final se queda

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez.
JORGE PARÍS
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez.

Esta mañana, con una puntualidad absoluta y una seriedad imperturbable, Pedro Sánchez nos sacó a todos de la incertidumbre política sufrida a lo largo de los últimos días. Después de reflexionar, sin agobios ni prisas, olvidando que el país estaba expectante y relativamente preocupado, anunció que no dimite; es decir, que se queda en usufructo del poder que le proporcionó en el otoño un arco de bóveda política sustentada por la arquitectura endeble de los cinco partidos independentistas que, a pesar de sus diferencias coyunturales, comparten objetivos desmembradores por parte del país.

Es una buena noticia para su entorno: los ejecutivos, representantes, líderes de instituciones que vivieron angustiados ante un temido final para su estatus profesional y económico y, por el contrario, lo mismo frustrante para los ciudadanos que habían albergado esperanzas puestas en un cambio hacia una mayor atención oficial a los deseos del grueso de la opinión pública y, en definitiva, en la recuperación del principio democrático que parte de la igualdad entre todos los españoles, lo mismo a la hora de emitir el voto que ante el respeto a la neutralidad de la Justicia llegado el momento de emitir sentencias.

"Culpó, y no sin razón alguna, a los que siembran el odio sin reconocer que la actuación de los suyos tampoco es ajena"

Sánchez fue conciso en su esperada intervención, anunció más de lo mismo sin anunciar nada nuevo que pueda desprenderse de esas horas de reflexión sobre en pasado, el presente y el futuro que era de imaginar centrarían un repaso de los posibles errores cometidos después de los nueve meses de Legislatura y las soluciones que contempla para enfrentar algunos problemas que muchos le rechazan y, lo que es peor, que contribuyen a dividir más a los españoles. Culpó, y no sin razón alguna, a los que siembran el odio sin reconocer que la actuación de los suyos tampoco es ajena.

La conclusión que se despende de su intervención es que todo seguirá igual para que nada cambie. Choca que no haya aprovechado para reflexionar sobre la parte de responsabilidad que le quepa que y que explique las razones de que muchos se sientan defraudados al escuchar que no dimitirá, por lo menos de momento: el tiempo dirá el resto. 

Hoy habrá vuelto a su despacho en La Moncloa donde le esperarán las cuestiones pendientes que la sociedad plantea y las altas decisiones políticas que deberían empezar por hablar con los opositores, reconocerles su derecho a opinar también y convertir la vida política en algo que él no domina, devolverle su función de arte de la empatía.

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