Mariano Gistaín Periodista y escritor
OPINIÓN

La guerra, salida laboral para políticos ineptos

El candidato por el partido republicano Donald Trump.
El candidato por el partido republicano Donald Trump.
AP Photo/Terry Renna/LAPRESSE
El candidato por el partido republicano Donald Trump.

La polarización y la mentira son ya el estado normal de la política. Trump es el modelo pero se ha extendido por todo: la mentira es la auténtica pandemia y en cada país tiene adeptos y fanáticos. Parece imposible actuar de otra forma. Quizá una de las causas de esta deriva suicida es que los políticos saben o intuyen que les queda poco tiempo de mando.

Por un lado las redes sociales y el poder de las multinacionales que las manejan ya se les ha comido parte del poder. Y por otro lado la inteligencia artificial o IA. El primer fenómeno ya era suficiente para destruir la política y alterar el sistema democrático. Las injerencias de Rusia en elecciones, el Brexit o las locuras de Trump han minado bastante un sistema cuyas élites empiezan a sentir la precariedad que le es consustancial: el modelo empresa que cotiza en bolsa es el paradigma de gobierno. El poder de las empresas se matizó con la pandemia, canto de cisne de los gobiernos, que ejercieron sus antiguas y ya olvidadas prerrogativas acaso por última vez y, en algunos casos, quizá por eso mismo, en exceso.

Pero el formidable desarrollo de la IA en todos los ámbitos ha dejado claro a los gobernantes que pronto se quedarán, ellos también, sin nada que hacer. Cuando se habla de la IA siempre asoma una lista de empleos que se perderán o se han perdido ya sin remedio, pero nunca se incluyen en esa lista temible los puestos de trabajo de los políticos y gestores de la cosa pública que parecen inmunes a los cambios porque están una posición intocable, aunque cada vez más precaria y con menos capacidad de mando real.

La IA cada vez hace más cosas y gestiona más negociados mientras que los políticos cada vez están peor valorados por su gestión

Pero ahora ellos se dan cuenta de que el éxito omnipresente de la IA también les afecta a sus puestos de trabajo. ¿De qué manera? La IA cada vez hace más cosas y gestiona más negociados mientras que los políticos cada vez están peor valorados por su gestión, o más exactamente con su no-gestión que en tantos casos se limita participar en la encarnizada lucha partidista, que no tiene nada que ver con solucionar problemas de la ciudadanía.

Es obvio que la IA pronto va a gestionar grandes áreas y las va a manejar con mayor eficiencia que los humanos, que además están ofuscados y se enfocan a renovar y mantener sus puestos, a colocar allegados antes que al interés público, que se ha reconvertido en una guerra de verborreas (llamarla cultural es atroz) y mentiras.

La IA se va a hacer rápido con el control de casi todo, o se ha hecho ya, porque no tiene fricciones, ni sesgos, ni intereses espurios (y si los tiene se irán limando porque hay mucho en juego: la supervivencia y el funcionamiento del mundo, o sea, las corporaciones multinacionales). Las diversas IAs tienen otra ventaja: se pueden entender entre ellas y están siempre conectadas.

Entonces, más que intentar reparar a los políticos o a la política, que ya está implosionando y funciona en modo pánico y sálvese quién pueda, sería más útil pulir las diversas IAs para que se vayan haciendo cargo de las cosas que a todos conviene que funcionen mientras unos chiflados se insultan. Ahora esos negociados ya los manejan las multinacionales, pocas palancas les quedan a los Estados, así que quizá es más operativo que las IAs se pongan de acuerdo y dejan al mando al piloto automático.

Uno de los peligros de esta transición a la gestión de la IA es precisamente que los propios políticos, viéndose prescindibles, activen el último recurso que les queda en su escalada de mentira y polarización: la guerra, que es la única forma de prolongar su mangoneo, sea mucho o poco. En otros ámbitos cuando se anuncia el fin del trabajo hay que reciclarse a toda prisa, cambiarlo todo, pero en la política, que ya ha tocado fondo varias veces (rebota el muerto cada vez menos) y en todos los niveles, los jefes podrían sucumbir a esa tentación, más vieja que el mundo, de declarar la guerra. Cuentan con el apoyo unánime de las fábricas de armas, que también son IA.

Así pues la guerra sería la última opción para buscarse la vida los políticos, para no quedarse sin trabajo y sin privilegios. La polarización actual es la guerra en una fase previa que corresponde a una IA todavía en prácticas. Cuando la IA alcance el control la única forma de sujetar a los gerifaltes que ya están en modo pánico será que la propia IA sea tan lista que sepa disimular y hacerles creer que sus decisiones las toman ellos mientras que ordena sigilosamente el tráfico mundial y sosiega los ardores bélicos.

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