La modernización, el avance y la tecnología están a la orden del día, pero creo que con la inteligencia artificial nos estamos columpiando. Hace unos meses se hizo superpopular FlowGPT, un cantante creado digitalmente que ha llegado a dar conciertos. Es cierto que, tiempo atrás, existieron experimentos maravillosos como Gorillaz (un grupo de música de dibujos animados que ocultaba a grandes artistas tras ellos), pero lo de la IA es aún más grande: puede crear todo desde cero; un estilo, un timbre de voz, un aspecto físico…

El problema surge cuando estos productos artificiales manipulan, transforman o condicionan el trabajo de los artistas y otros profesionales. Celebridades como Bad Bunny o Sting, que han escuchado su voz en canciones sin haber pasado por el estudio, se han manifestado públicamente en contra de este tipo de productos. Lo de Bad Bunny fue especialmente singular, ya que un tema creado con IA imitando su voz consiguió un enorme éxito en TikTok.

Aunque desde hace unos meses los propios artistas pueden solicitar a YouTube que retiren de la plataforma estos contenidos que podrían atentar contra su imagen, aún queda mucho por hacer y regular. Proliferan los modelos de Instagram, o incluso OnlyFans, creados artificialmente, los chats y teleoperadores que atienden a clientes aumentan y se acaba de anunciar que Alba Renai, una influencer creada por IA, será la presentadora de los resúmenes de Supervivientes en la web.

La IA no me da miedo, pero ya me fastidiaría que los dobladores se quedaran sin trabajo, que los presentadores nos viésemos con problemas, que los músicos se inspirasen en algoritmos para componer y que hasta los altos cargos fuesen sustituidos por robots. A nadie le sobra el trabajo.

Queremos progresar y los avances son buenos, pero una IA jamás podrá sustituir a un humano. Ni debería hacerlo.