OPINIÓN

En vísperas

Miles de mujeres en la plaza de Cibeles durante una manifestación convocada por la Comisión 8M, por el 8M, en Madrid (España).
Miles de mujeres en la plaza de Cibeles durante una manifestación convocada por la Comisión 8M, por el 8M, en Madrid (España).
Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
Miles de mujeres en la plaza de Cibeles durante una manifestación convocada por la Comisión 8M, por el 8M, en Madrid (España).

Repasaba el otro día las columnas de opinión que he publicado en los últimos meses y encontraba en ellas cierta variedad de temas, por más que la cabra tire siempre al monte, y un aire común: un desaliento, una cierta resignación frente a hechos que apenas hace unos años hubieran generado frases más combativas, conclusiones más esperanzadoras.

Una se hace mayor, como espero que se hagan todos los que ahora me leen, pero entre las muchas enseñanzas que la edad acarrea a mí no me ha tocado en suerte el enfriamiento de mis convicciones ni la bendita virtud del término medio. Creo que hablo, que escribo de otra manera como reacción frente al agotamiento que conlleva el prever las reacciones, el matiz ya añadido antes de finalizar una frase, la conciencia de que, sea lo que sea de lo que trate, se exprimirá de ello un matiz ideológico, o se proyectará una carencia personal.

En vísperas, como hoy estamos, del Día Internacional de la Mujer, solía prepararme para una jornada de celebración y de reivindicación: desde el primer día en que, con quince años, lo celebramos en el instituto, me permitía homenajear a las pioneras pasadas y una proyección para las que aún estábamos vivas de un futuro algo mejor. Nada ha hecho ni hará que flaquee mi compromiso feminista ni mi aprendizaje sobre el mismo. Y sin embargo, qué cautela, qué sutilezas requiere ahora mencionar una sola frase que lo manifieste. Qué agotamiento, qué encaje de bolillos en cada declaración para que no se lea en ella nada salvo lo que quiero expresar, para que que sea al menos un poco dificultoso que coloquen una etiqueta inmediata a mis palabras.

Hablar, y no solo de feminismo, se ha convertido en un acto extenuante, en una batalla con victorias pírricas. Pero el silencio, casi siempre, resulta sinónimo de desaparición: y eso no. Mientras haya frentes, habrá lucha.

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