En esta misma columna de opinión, habrán podido leer que el fanatismo y la hiperideologización producen lo contrario de lo que se desea. Ejemplo: desde los despachos de la progresía cinco estrellas del Ayuntamiento de Barcelona se amenazó con no dejar entrar en la ciudad los vehículos con la conocida etiqueta amarilla, la B.

¿De quién son, en general, los coches de etiqueta B? Principalmente, de sus votantes potenciales. Genial, ¿no? En fin, hay un montón de ejemplos que nos ilustran hasta qué punto el fanatismo genera muchos más problemas que beneficios.

Los burócratas y tecnócratas sean o no sean elegidos, complican, en general, la vida de los que no tienen el poder para amargarles la vida como ellos sí hacen con los demás. Y luego tenemos a los políticos que dejan que les lleve el río, que son los que hoy más abundan, personajes extraordinariamente mediocres.

Ante tanta estupidez, sorprende que los agricultores hayan tardado tanto en decir basta. No puede ser que, para vender pepinos en Europa, por ejemplo, sea necesario estudiar física cuántica. No puede ser que para cumplir con los tropecientos mil requisitos medioambientales no sea rentable lo que producen.

No puede ser que no puedan utilizar no sé qué pesticidas y en cambio entren desde Marruecos como si nada. No puede ser que tengan miedo de comprar un tractor porque nadie les asegura que lo podrán continuar utilizando dentro de cinco años. No puede ser que de toda la cadena alimentaria quien se lleva la peor parte sea el agricultor, cuando es quién lo arriesga todo.

Los que redactaron y aprobaron la Política Agrícola Común (PAC) debían ser muy doctos en leyes, pero me parece que son muy ignorantes de la realidad que viven la mayoría de los agricultores. ¿Usted vendería a pérdidas? Pues es lo que tienen que hacer algunos agricultores y gente del campo muy a menudo. Por esto han dicho ¡basta!