Francisco Gan Pampols Teniente general retirado
OPINIÓN

Más prever y menos alarmar

Jens Stoltenberg tras la reunión de ministros de Defensa de la OTAN celebrada en Bruselas.
Jens Stoltenberg tras la reunión de ministros de Defensa de la OTAN celebrada en Bruselas.
OLIVIER MATTHYS
Jens Stoltenberg tras la reunión de ministros de Defensa de la OTAN celebrada en Bruselas.

El pasado domingo Jens Stoltenberg afirmó: "Actualmente no percibimos una amenaza militar contra un aliado de la OTAN en un futuro próximo". ¿Qué está ocurriendo en algunas cancillerías europeas para que el secretario general de la OTAN tenga que salir a la palestra descartando una amenaza militar rusa inmediata?

Es difícil saber qué impulsa al ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, por ejemplo, a difundir públicamente que se dispone de planes secretos para contrarrestar un ataque de Rusia a países de la Alianza en un plazo que se estima de cinco años, utilizando un incremento progresivo de armamento y tropas estacionadas en Bielorrusia o Kaliningrado. El diario alemán Bild, de corte sensacionalista, proporciona todo lujo de detalles al respecto anticipando el posible inicio del conflicto al año 2025.

¿Qué atmósfera espera gestionar el ministro sueco de Defensa Civil, Carl-Oskar Bohlin, cuando afirma que los ciudadanos suecos deben de estar preparados ante la perspectiva de una guerra? Por no citar a los representantes de las repúblicas bálticas o Polonia que llevan ya un tiempo advirtiendo que Rusia no se detendrá en Ucrania y que continuará hasta el corazón de Europa.

Es evidente que la percepción de la amenaza tiene una graduación distinta en función de la proximidad a la misma y la experiencia pasada en relación con quien la representa. Las tres repúblicas bálticas, por ejemplo, pertenecieron a la URSS hasta 1991; Polonia fue invadida, recuerda vivamente la dominación soviética, y perteneció al Pacto de Varsovia hasta su disolución. Por su parte, otros vecinos -como Moldavia y Georgia- conocen de primera mano el significado de conflicto congelado al haber sufrido la segregación de parte de su territorio (Transnistria en el caso de Moldavia, y Abjasia y Osetia del Sur en el caso de Georgia).

El factor crítico y diferencial es la pertenencia de algunos de ellos a la Alianza Atlántica o su próxima adhesión en el caso de Suecia. La OTAN es la organización político-militar más poderosa que existe. No ha lugar plantear en un futuro próximo una amenaza directa e inminente que suponga un conflicto entre un potencial agresor y la OTAN, toda vez que la agresión a un país miembro supondría, al amparo del artículo 5 del tratado de Washington, la respuesta mediante la defensa colectiva que en él se invoca. A mayor abundamiento, el último concepto estratégico de la OTAN -fruto de la Cumbre de Madrid de 29 de junio de 2022- no deja lugar a dudas acerca de la determinación en la respuesta, sea esta de la intensidad que sea.

Entonces, ¿por qué se intenta generar un clima de alarma en las sociedades a propósito de una posible agresión rusa? Caben varias hipótesis formuladas a continuación en orden de probabilidad:

Primera, dado que la necesidad de aumentar los gastos de defensa es evidente para poder garantizar una contribución equilibrada al esfuerzo colectivo, se cree que las sociedades atemorizadas son más proclives a aceptar mayores cargas fiscales con menores cuestionamientos a la política de defensa, siempre controvertida por las artificiales polémicas como la de cañones o mantequilla, o cuarteles u hospitales.

Segunda, la posibilidad de que el próximo 5 de noviembre el presidente electo de Estados Unidos sea Donald Trump, supondría un nuevo escenario de incertidumbre donde el menor de los males sería la exigencia por su parte de una mayor contribución al gasto en defensa (como ya hizo en el pasado bajo la amenaza de retirada de Estados Unidos de la OTAN) y para hacer frente a esa contingencia conviene empezar a tomar medidas con carácter inmediato, a saber, más gasto y más integración del pilar europeo de la OTAN.

Tercera, la advertencia de que en un futuro próximo la Unión Europea puede tener que adoptar posturas equidistantes de las de Estados Unidos en función de la evolución de la situación en las zonas de Europa oriental, Asia-Pacífico, Indo-Pacífico, África y Oriente Medio; ello requeriría disponer de autonomía estratégica basada en una capacidad real de disuasión y, llegado el caso, defensa, en un marco distinto al de la OTAN.

Cabría una cuarta explicación, aunque algo forzada, que sería la del cortoplacismo de algunos gobernantes que creen que las sociedades sometidas a amenazas externas se muestran dóciles a los abusos de poder y no prestan atención a los problemas reales que afectan su día a día, permitiendo así un respiro ante la legítima exigencia de responsabilidades políticas.

Prever significa, en el caso que nos ocupa, disponer de la necesaria capacidad de disuasión para que cualquier potencial adversario entienda que el cálculo coste/beneficio de iniciar una guerra le generará un umbral de incertidumbre tal que no exista garantía de obtener un mínimo rédito, lo que le llevará a procurar otras vías diferentes a la agresión para la consecución de sus objetivos.

Esa disuasión se basa en el poder y su capacidad de proyección. Poder duro: fuerza armada; poder blando: capacidad de influencia en todos los dominios (económico, político, mediático, cognitivo…). Y todo ello bajo el paraguas de la credibilidad y la determinación, pues, sin ellas, la disuasión es un mero divertimento intelectual.

¿Tiene Europa, capacidad, credibilidad y determinación para asumir de forma autónoma su defensa? Actualmente no, lo que no significa que esa dinámica no se pueda revertir si Europa comienza a dar muestras de una voluntad de imponer su singularidad en este mundo de bloques que se avecina. Querer, poder, saber y hacer lo que hay que hacer, tarea de estadistas, una vez más.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento