Desmontando los clichés sobre las sirenas y otros monstruos mitológicos que desafiaron el poder masculino

'Ulises y las sirenas'.
'Ulises y las sirenas', de Herbert James Draper.
FERENS ART GALLERY
'Ulises y las sirenas'.

La manera en la que contamos la historia nos condiciona como especie. Mujeres vilipendiadas y menospreciadas (por no hablar de violadas y asesinadas) en la mitología abundan. Los familiarizados con este saber recordarán la metamorfosis en laurel de Dafne (a la que dedico un poema en Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso ediciones) o el rapto de Europa.

La violencia contra las mujeres es una constante en los mitos grecolatinos. Pero muchos olvidan que incluso las que nos han llegado como monstruos, fueron, como poco, acosadas antes de que convertirse en seres híbridos (mitad pájaro, mitad mujer, por ejemplo; esa dualidad es la que las convierte en monstruos). Medusa fue una hermosa mortal con una melena increíble. Pero Atenea la convirtió en la famosa bestia de serpientes en el pelo porque su tío Poseidón la violó en su templo (sí, la violan y encima se la carga ella).

Jess Zimmerman, editora jefa de Electric Literature, una organización literaria digital sin ánimo de lucro, desmonta los clichés sobre las sirenas y otros monstruos en un ensayo recientemente publicado en español por Blackie Books (Sirenas y otros monstruos: mujeres mitológicas que desafían el poder masculino). La también poeta estadounidense aúna mitología y vivencias personales para reflexionar sobre la manera en la que construimos las historias y cómo esas versiones nos esculpen.

Sobre las sirenas, es célebre la artimaña de Ulises (bueno, en realidad es Circe la artífice de la idea) para escuchar el canto de las sirenas y salir indemne. ¿Pero, qué hay de otras hipótesis más amables con las sirenas? ¿Y si las sirenas saltan y se ahogan si el público es indiferente a su canto? Es decir, ¿y si están condenadas, y no tienen otro remedio más que obligar a los hombres a escucharlas y deleitarse antes de morir?

La mitología está llena de interpretaciones y se lee de manera diferente en cada época. Para mí, esta versión es una metáfora de la obligación cultural que sentimos muchas mujeres por gustar, por atraer. "Si una mujer se pone a cantar en un sitio y su melodía resulta atrayente, ¿es culpa suya que alguien sienta el impulso de saltar por la borda?", comenta Zimmerman. "Ulises triunfa sobre la tentación. La Odisea nunca vuelve a interesarse por las sirenas. ¿Y, qué es de estas mujeres-pájaro abandonas a su suerte en su peñasco? Según algunos cronistas, o mueren de inmediato o se arrojan al mar".

La escritora Jess Zimmerman.
La escritora Jess Zimmerman.
BLACKIE BOOKS

A Caribdis, el remolino, la fuerza de la naturaleza, y a Escila, el monstruo de seis cabezas dentadas, la ensayista las relaciona con la voracidad. Ahonda a la vez en sus problemas con la comida. "Soy mujer occidental, privilegiada y de grasa voy sobrada. Claro que de joven tuve una relación problemática con la comida", reconoce Zimmerman en el libro.

Caribdis, en el comentario de Servio a la Eneida de Virgilio, fue arrojada al mar por Zeus como castigo por robarle el ganado a Heracles. Al parecer, lo robo para comérselo. "La palabra voraz se usa una y otra vez para describir a Caribdis. No es solo que esté hambrienta, es que el hambre es su combustible, lo que la define, lo que la impulsa. Eso es lo que la convierte en una criatura terrible; mucho más que Escila que devora hombres, pero solo un número concreto de ellos. El hambre de Caribdis no tiene fondo".

En el caso de Escila, sucede como con Medusa, una mujer participa en su injusto castigo, según los textos. Como Escila, una bella ninfa, no hacía ni caso al dios marino Glauco, este fue a pedir ayuda a Circe. "Olvídate de ella y me tendrás a mí en su lugar", le propone Circe. Pero el amor de Glauco es inmutable, o eso dice él. Circe, despechada, echa unas hierbas en el baño de la ninfa que se metamorfosea: en vez de muslos, le crece una jauría de perros. Ni que decir tiene que el amor de Glauco no era tan incondicional. Con la nueva forma de Escila se le pasa de golpe. 

También nos habla la ensayista de las arpías, "rostros de doncella en cuerpos de ave, nauseabundo excremento de su vientre, manos que se hacen garras", según Virgilio. Cuando Eneas y sus marineros arriban a una isla, cazan tantas reses como quieren comerse y algunas más para compartir con los dioses. Pero entonces se lanzan sobre ellos las arpías y "todo lo mancillan", nos cuenta la Eneida, con "su tacto inmundo".

Zimmerman propone que Eneas y su tripulación son los intrusos en la isla donde recalan, y que las arpías hacen bien defendiendo su territorio. "Las arpías no le estaban jorobando la comilona a Eneas porque sí. No habían acudido a perpetrar un robo, sino a vengarlo".

Los monstruos de los que habla Zimmerman son bestias porque las hemos convertido en tales seres. La belleza, aseguró Umberto Eco, es aburrida (debe responder a unas medidas y reglas); la fealdad es impredecible y rebosa de opciones; "la belleza es finita; la fealdad, infinita, como Dios", escribió el autor.

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