Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Verdad, realidad y venganza

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de Control al Ejecutivo que celebra el Congreso este miércoles.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Chema Moya / EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de Control al Ejecutivo que celebra el Congreso este miércoles.
¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está de vuelta en los medios. Buena prueba de ello son las entrevistas que concedió el viernes 12 en Moncloa a Pepa Bueno y Carlos Cué del diario El País, aparecida en la edición impresa del domingo 14, y a Íñigo Alfonso de Radio Nacional de España, emitida en directo el lunes 15 desde el estudio 101 en su informativo Las mañanas.

Si, como sostiene Heisenberg, no conocemos la realidad, sino tan solo la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla, tendremos que concluir que el modo de interrogar la realidad es lo que distingue y prestigia a un periodista y da cuenta de su perspicacia.

De modo que la lectura de las cuatro páginas que El País dedica a la entrevista celebrada en Moncloa, según acreditan las fotografías de acompañamiento, y la escucha de RNE del día siguiente, permiten deducir que está cambiando el aire. Porque aunque de ninguno de esos dos medios cabría sospechar hostilidad hacia el presidente, no han dejado de observarse repreguntas reiteradas hasta en cuatro ocasiones, que destilan insatisfacción ante las constantes evasivas del entrevistado.

Otra nota compartida de ambas entrevistas es la incorporación al discurso del presidente de un axioma, con denominación de origen en Aristóteles, según el cual «la verdad es la realidad». Pero, como sabemos, hay realidades verdaderas, artificiales, virtuales, ficticias, aumentadas y por ahí adelante. Es decir, que la polisemia del predicado deja indefinido el sujeto.

Además, este recurso a Aristóteles, cuya lógica –principio de contradicción incluido– ha sido abolida en Moncloa, solo sirve para distraer la atención del binomio clave verdad/mentira en el que estábamos centrados y desviarnos del análisis de cuáles sean las dificultades que representa mentir.

De modo que ni se aprende el inglés sin esfuerzo, contrariamente a lo que proclama el lema publicitario del método assimil, ni tampoco cualquier aficionado tiene a su alcance mentir porque, como escribe Péter Esterházy en Armonía celestial, «es harto difícil mentir sin conocer la verdad». Y adquirir el conocimiento de la verdad es, muchas veces, una labor ardua que requiere empeño, dedicación y entendimiento.

En resumen, mentir también es negar una realidad que el mentiroso, para llegar a serlo, ha de conocer; que no hay conocimiento infuso como sucede con las virtudes teologales, según el catecismo de Ripalda que memorizaron tantas generaciones de españoles; y que incurrir en la mentira puede ser una de esas necesidades que los líderes con carisma saben transformar por arte de birlibirloque en virtud, cuando se sienten obligados a perseverar en sus puestos.

Caso distinto es el que explicaba George Orwell a la altura de 1945 referido al buen nacionalista que, «además de rehuir la desaprobación de las atrocidades cometidas por su propio bando, desarrolla una notable capacidad de sordera para percibirlas».

En ambas entrevistas aquí comentadas se observa que el presidente tiene la intención de alterar el enunciado de las cuestiones que le plantean al empezar sus respuestas con el estribillo de «la pregunta debería haber sido», que confirma cómo los políticos propenden a invadir el área de los periodistas de la misma manera que los periodistas tienden a pasarse de la raya en sentido inverso.

En todo caso, más cerca que Aristóteles nos queda José Ortega y Gasset y su advertencia de que «toda realidad ignorada prepara su venganza». Atentos.

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