Discrepar del Papa no es costumbre. Para los católicos, porque el dogma de la verdad que proyecta su infalibilidad no deja dudas, y para los de otras religiones, porque a sus creencias no les afecta tanto. Pero como casi todo en los tiempos que corren, también eso está cambiando. La última y más revolucionaria decisión de Francisco aceptando que se dé la bendición a las parejas homosexuales ha levantado una verdadera tormenta entre partidarios y discrepantes.
En Europa, quizás porque la influencia que emana desde Roma es más cercana, las quejas e incluso protestas se escuchan menos. Es en África donde un clero más joven y activo, y sacrificado ante la resistencia de la población a la evangelización, se ha vuelto más enérgico y hasta desafiante. La realidad es que allí la homosexualidad continúa siendo pecado y los obispos del continente, secundados por los sacerdotes, no la bendecirán.
Una contrariedad para la decisión modernizadora, o mejor actualizada, del papa en unos países donde la religión musulmana, con su tolerancia a la poligamia masculina, está imponiéndose gracias a la influencia de los hombres. Pero no solo en África la autoridad del Pontífice es cuestionadas y expuesta a discrepancias. También en los Estados Unidos donde el catolicismo es más exigente y beligerante, la decisión vaticana es cuestionada y hasta desafiada.
Algunos prelados ya han manifestado que ser gay es pecado y quienes lo cometan no serán bendecidos. Y entre las voces de rechazo reaparecen otras reclamando las dos reivindicaciones más frecuentes sobre la adecuación de la Iglesia que el Vaticano se niega escuchar: la ordenación de las mujeres y la autorización a que los curas puedan casarse y ejercer sus funciones con la normalidad y autoridad que les confiere el ejemplo de la convivencia familiar plena.
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