Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

España polar

Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno
WIKIMEDIA
Miguel de Unamuno

Un año más y una Nochebuena menos. Nadie se libra de esa cena confraternal de cuñados insolentes, nueras veganas y primos desaprensivos. Hay familias que necesitan un protocolo de adviento para situar a cada comensal en la mesa. Los constitucionalistas a un lado, los segregacionistas a otro. Los proamnistía a la izquierda, los de Noviembre Nacional a la derecha. Es una buena ocasión, además, para probar la destreza individual y fortuita en el lanzamiento del corcho de la botella de cava. En la revista British Journal of Ophthalmology se publicó un informe que daba cuenta de más de 12.900 traumatismos oculares provocados por el lanzamiento de piezas de alcornoque a presión.

Hay otro efecto colateral de las grescas decembrinas. Los niños pequeños, aprovechando la bulla de las dos Españas en la mesa, se dedican a degustar artículos decorativos, desde las bolas del árbol hasta algún pastor del Belén. Según un estudio de la revista Clinical Pediatrics, las asistencias clínicas en menores por ingesta de productos inorgánicos se incrementan por cuatro en diciembre.

En la España del frío polar siguen viviendo los "hunos" y los "hotros". Es la España de los polos. Fue también en diciembre, un 31 de diciembre de 1936, cuando moría en extrañas circunstancias Miguel de Unamuno. Unos días antes escribía: "España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo".

En este presente continuo donde cada día somos más tontos, hay una suerte de demencia colectiva, de origen más patológico que sociológico, que nos hace, en muchas ocasiones, tomar partido acríticamente a favor de uno de los bandos. Nos decantamos por un polo por percepciones de cómo nos vemos "nosotros" y de cómo entendemos a los "otros". El endogrupo y el exogrupo.

Cada vez somos más descorteses y más sañudos políticamente, incluso en asuntos banales. Somos demócratas polares y afectivos que no luchamos por las ideas, sino por la atracción de emociones. Una comunidad de bobos en redes sociales. Una sociedad con líderes políticos, de opinión y medios de comunicación que engullen el soma de la polarización, porque el conflicto y la desafección es rentable.

Quizá un día, en un nuevo siglo de las luces, se alce nuevamente una voz que reclame libertad. Como señalaba Unamuno siete semanas antes de morir: "Pero cualquier día me levantaré –pronto– y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario". Mientras tanto, soporten el frío polar.

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