OPINIÓN

Presidencia europea muy nacional

Estrasburgo (Francia), 13/12/2023.- El presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, durante su intervención en el debate sobre la "Revisión de la Presidencia española del Consejo", este miércoles en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia.- EFE/RONALD WITTEK -FOTODELDÍA- FRANCIA UE PARLAMENTO
El presidente Pedro Sánchez, este miércoles en el Parlamento Europeo
RONALD WITTEK / EFE
Estrasburgo (Francia), 13/12/2023.- El presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, durante su intervención en el debate sobre la "Revisión de la Presidencia española del Consejo", este miércoles en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia.- EFE/RONALD WITTEK -FOTODELDÍA- FRANCIA UE PARLAMENTO

Aseguró Pedro Sánchez, cuando el 29 de mayo convocó abruptamente elecciones generales para el veraniego y vacacional 23 de julio, que ni la campaña ni el plazo de semanas o meses que hubiera que ocupar en investir a un jefe del Gobierno afectarían a la presidencia de la Unión Europea, que ha correspondido a España por turno durante este semestre. Llegados a los días finales de esa presidencia se ha podido confirmar lo contrario.

No se puede decir que se trate de algo especialmente importante. De hecho, no lo es, porque las presidencias de turno se suceden sin que nadie, fuera de los países a los que corresponde ese turno, se entere de quién presidía ni les importe en absoluto. Pero, sea importante o no lo sea, cuando corresponde hacer algo hay que intentar hacerlo bien, especialmente si es en el ámbito internacional. Y adelantar elecciones innecesariamente –solo por los beneficios políticos particulares que ese adelanto pudiera generar– no es lo más adecuado. Porque esas elecciones evitaron que Pedro Sánchez compareciera ante el Parlamento Europeo, como corresponde hacerlo, al inicio de su presidencia para exponer sus prioridades, y lo ha terminado haciendo ayer, al final de su mandato, para contar lo que ha hecho.

Que en ese pleno estuviera Carles Puigdemont es solo el estrambote de esta presidencia, en cuyos seis meses de vida Sánchez ha pasado de perseguir al prófugo a pactar con él. Y se puede considerar que este es el hito más llamativo de la presidencia europea, dado que Puigdemont es eurodiputado, es fugitivo en Bélgica y es asiduo de los tribunales belgas y de otros países comunitarios.

La presidencia termina con Europa debatiendo, justificadamente o no, sobre el Estado de derecho en nuestro país, y convirtiendo el pleno del Parlamento Europeo en una batalla política nacional, mientras en Bruselas sobrevuela una pregunta: para qué ha estado España durante seis años –los cinco últimos bajo el mandato de Sánchez– tratando de que los jueces de medio continente ordenaran detener y entregar a Puigdemont, o pidiendo que el Parlamento Europeo le retirara la inmunidad como eurodiputado, si ahora el propio Sánchez pacta su investidura con el prófugo, está a punto de proceder a su amnistía, depende de sus siete votos en el Congreso para sostener al Gobierno durante la legislatura y negocia con él un posible referéndum de autodeterminación.

Si hay algo que gusta poco en Bruselas es que los países comunitarios trasladen sus problemas políticos internos a las instituciones europeas, porque bastantes problemas hay ya en el ámbito comunitario. Y, durante la presidencia de turno española, no se ha hecho otra cosa, ni por parte de Moncloa ni por parte de la oposición.

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