José Luis Guerra Simón Experto en Management, Marketing y Sostenibilidad.
OPINIÓN

Sostenibilidad y excelencia: el camino hacia el humanismo

Personas caminando en la ciudad.
Personas caminando en la ciudad.
Ezra Bailey/Getty Images
Personas caminando en la ciudad.

"¡Tus ojos están llenos de odio, 41!", le espeta Quinto Arrio a uno de sus galeotes. Conformaban la chusma de los navíos romanos de guerra criminales condenados por el Imperio, a quienes obligaban a remar en la bodega, encadenados y sometidos por el látigo. Antes o después, el bajel sucumbía en una batalla naval y los pobres convictos morían ahogados. El galeote 41 no era otro que Judá Ben-Hur, príncipe judío interpretado por Charlton Heston en la inolvidable película de William Wyler. A bordo de aquella infame embarcación, en medio de un enjambre de desdichados malnutridos y barbados, ni Judá, ni Ben-Hur, ni príncipe de nada. Una simple cifra, como todos los demás. El primer efecto de la pena consiste en la deshumanización del reo, lo cual ya implica una terrible condena en sí misma.

La historia nos muestra multitud de ejemplos de deshumanización. Resulta propio de todos los regímenes totalitarios la deshumanización de parte o de toda la población, como quedó ampliamente demostrado en el s. XX. La moderna sociedad occidental no resulta ajena a esta amenaza. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, datada en 1948, menciona ya en su preámbulo el reconocimiento de la dignidad, también recogida en el artículo uno. La alusión a la dignidad humana -etimológicamente emparentada con la excelencia - conlleva la recuperación del enfoque humanista como base de nuestra convivencia, una aproximación análoga a la adoptada por algunos de los padres fundadores de Europa como De Gasperi, Monnet, Schuman o Adenauer.

Setenta y cinco años después de aquellas tendencias que sucedieron a la II Guerra Mundial, la amenaza de la deshumanización proyecta su oscura sombra sobre nuestro mundo tecnológico y globalizado. El ser humano parece ocupar un rol secundario, de comparsa, en medio de una vorágine de cifras, datos, resultados empresariales, cínicos movimientos sociales y corrientes pseudofilosóficas que prescinden del hombre, cuando no lo representan como el malo de la película. La eclosión de la Inteligencia Artificial, en cuyo desarrollo se advierte un enmarañado descontrol ya en sus primeros pasos, viene a echar gasolina a este fuego deshumanizador.

Me gustaría pensar que estamos a las puertas de un nuevo Renacimiento. Hoy es más necesario que nunca la generación de un movimiento universal que resitúe al ser humano en aquella posición central que hace tiempo perdió. Queda esperanza. Entre muchos falsos profetas encontramos agentes que luchan desde diferentes trincheras por la humanización. Las empresas, por el poder que ostentan, deben enarbolar este estandarte. 

La sostenibilidad en su triple vertiente representa el mejor vehículo mercantil para ese proceso humanizador tan necesario como perentorio. Una adecuada estrategia ESG (medioambiental, social y de gobierno corporativo) no es un simple barniz para dar lustre a nuestra marca. Supone asumir un modelo integral de gestión centrado en las expectativas de nuestros grupos de interés, en un análisis riguroso de riesgos e impactos, en una creación de valor perdurable. Y no está reñida con aquella visión reduccionista de la Responsabilidad Social de la Empresa que Friedman defendía en los 70. 

La sostenibilidad también es palanca de valor para la propia entidad y un fiable generador de retorno para sus accionistas. Pero el efecto resulta mucho más profundo. Cuando abrazamos un modelo de gestión sostenible, estamos incorporando la ética a nuestro core business. Siguiendo a Aristóteles, la sostenibilidad implica adoptar el hábito de la excelencia. Y eso nos encamina, inexorablemente, a conciliar los negocios con una visión humanista del mundo. La excelencia conduce a la virtud y nada hay más virtuoso que la recuperar la esencia y la dignidad humanas.

La sostenibilidad porta, quizá, la llave para conseguir la humanización desde las empresas, pero el movimiento debe ser integral. Hasta que no recuperemos todos al Hombre de Vitruvio que simboliza la excelencia y la virtud, que canoniza y ensalza el ideal humano, seguiremos condenados a remar como galeotes sin nombre a bordo de un navío abocado a recibir el formidable golpe definitivo que nos haga zozobrar.

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