¿Por qué nos atraen las noticias de sucesos? La ciencia detrás de la proliferación del 'true crime'

Recorte de prensa de 1888 sobre el caso de "Jack the Ripper".
Recorte de prensa de 1888 sobre el caso de "Jack the Ripper".
EFE
Recorte de prensa de 1888 sobre el caso de "Jack the Ripper".

Si alguna vez has fantaseado con matar a una persona, no temas. Yo también. Y no somos los únicos. Un estudio de la Universidad de Arizona revela que casi el 80% de los encuestados admite haberlo imaginado. Como perpetradores o meros espectadores, la fascinación por los crímenes no es cosa de raros, es un tema de química: el morbo tiene una razón biológica. Vayamos por partes.

Aquel octubre de 1888 marcó un punto de inflexión. A un lado del Támesis, en plena época victoriana, la aristocracia inglesa se divertía entre cafés, bailes y caza. El desarrollo retumbaba de esplendor. Sin embargo, al otro lado del río, el bullicio sonaba distinto. Ese otoño londinense mojaba no solo de lluvia sus callejones sombríos. La sangre corría entre los bajos fondos y, de pronto, en una era luminosa, el entretenimiento se tornó oscuro.

“Who is mystery Jack the Ripper?”, la prensa británica abría sus tabloides con el que se convertiría en el asesino más famoso de la historia. A finales del XIX, además, nacía la prensa sensacionalista. El auge del periodismo puso de moda la criminología.

Who is mystery Jack the Ripper?
Who is mystery Jack the Ripper?
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Jack el Destripador trazó un hito en la historia de la crónica negra. El morbo había encontrado su soporte en papel, y desde entonces el interés por los sucesos ha ido in crescendo hasta la actual época de proliferación del true crime.

Pero la fascinación por el misterio es una inclinación ancestral, y la prensa no tiene la culpa. De siempre, hemos estado rodeados de folclore, mitos y leyendas, y el dualismo entre el bien y el mal ha sido la clave de toda manifestación espiritual. Más allá de razones socio-culturales, los motivos pueden ser biológicos. Toda tendencia tiene una explicación, y si no se encuentra en la ética, siempre nos queda la ciencia.

La mayoría de sucesos se estructuran como un guion. Hay personajes, conflicto, un hecho impactante e incógnitas por resolver, que mantienen nuestra atención. Esta secuencia seduce al cerebro porque la curiosidad es un impulso innato. Estamos programados para interpretar información de manera activa, es decir, se tiene una tendencia natural a resolución de problemas. No es de extrañar que los concursos triunfen en televisión, y la novela negra en literatura. Este proceso cognitivo libera determinadas sustancias que producen placer, excitación, motivación y bienestar. Los grandes exploradores iban a tope de dopamina surcando los mares del nuevo mundo. Estamos predispuestos para que nos atraigan los desafíos, porque literalmente sentimos placer al enfrentarlos.

Pues las mismas áreas cerebrales que se activan con la curiosidad, se encienden también ante la violencia, tanto observada como practicada. Nuestro cerebro está configurado para disfrutar del sufrimiento ajeno, es así, aunque suene fatal. A este proceso se le llama “Schadenfreude”. Susan T. Fiske y Mina Cikara, investigadoras de Princeton y Harvard, realizaron un estudio en el que pudieron observar que sonreímos ante el dolor del otro. Se trata de un micro-gesto involuntario, y no nos convierte en cínicos. Es un tema evolutivo. La violencia fue sinónimo de supervivencia, y quedan ciertas reminiscencias. Por eso, al experimentarla, hay una pequeña parte que disfruta. Se produce una excitación fisiológica.

El culto al asesino. Aquel que hace algo excepcional resulta atractivo en tanto que novedoso, aunque perverso. Hay un elemento catártico en la observación del mal

La misma, por cierto, que aparece cuando entran en juego la psicología de la transgresión y el miedo controlado. Son dos estados que se estimulan frente a crímenes violentos. Pueden provocar satisfacción, pues la búsqueda de emoción también forma parte de nuestra condición. Luego existe el caso de los que sienten atracción por los personajes oscuros. El culto al asesino. Aquel que hace algo excepcional resulta atractivo en tanto que novedoso, aunque perverso. Hay un elemento catártico en la observación del mal.

La morfología cerebral puede justificar ciertas tendencias. La curiosidad, la emoción y la violencia liberan exactamente los mismos componentes estimulantes. En parte, se podría culpar a la dopamina de lo que la ética no es capaz de explicar.

A fin de cuentas, nos seducen las mentes. Nos seduce la inteligencia, nos seduce una cara y un cuerpo cuando vemos que hay una mente que los mueve y vale la pena conocer. No hay maldad en la fascinación. Somos carne de sucesos. Estamos hechos para el misterio.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en ‘Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias’ y otro en ‘Criminología, Victimología y Delincuencia’.

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