Los multimillonarios (que representan el 1% de la población mundial) producen tanta contaminación por carbono como los dos tercios más pobres de la población o, lo que es lo mismo, 5.000 millones de personas. A sus jets privados, yates y fastuosos estilos de vida van asociadas gigantescas emisiones de carbono, y por ello son, en gran medida, responsables del aumento de la temperatura. Una conclusión directa: la crisis climática y las desigualdades son las dos caras de la misma moneda.

Por otra parte, la gente corriente es la que más sufre los impactos del calentamiento global, que cada día causa más muertes y destrozos por las sequías, inundaciones, olas de calor e incendios, entre otros. Sus viviendas, sus negocios son destruidos, los rendimientos agrícolas caen, los precios de los alimentos suben... Se estima que la contaminación debida a los excesivos lujos de ese 1% más rico, en un solo año, costará más de un millón de vidas de las ya previstas.

Gravar a la élite contaminante es clave para cerrar la brecha de desigualdad. Solo así podremos a la vez reducir sus emisiones de carbono y mitigar su impacto. Es urgente recaudar los fondos necesarios para ayudar al mundo a abandonar rápidamente los combustibles fósiles y financiar el despliegue de energías renovables de forma justa.

Además, nos enfrentamos a la Cumbre del Clima, que comienza esta misma semana en un contexto lleno de dudas sobre los acuerdos que mantengan el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5 °C. Las comunidades más afectadas necesitan que se materialice la creación del fondo de pérdidas y daños. Les va la vida en ello y sabemos que esta crisis climática tiene solución.