Alejandro Tobalina Periodista '20minutos'
OPINIÓN

Tiempos verbales

  • Aquellas personas que han perdido demasiado pronto a un ser querido se resignan a conjugar los verbos en condicional y a hacerse preguntas que, en realidad, no tienen respuesta  
Imagen de archivo de un padre y su hijo montando en bici
Imagen de archivo de un padre y su hijo montando en bici
Getty Images
Imagen de archivo de un padre y su hijo montando en bici

Lo peor de la pérdida temprana es que los verbos se visten para siempre con los ropajes del condicional. Duele un presente de ausencias, más que por lo que un día vivimos, por lo que no estamos viviendo. Haber sido felices con alguien un día es aún más desgarrador si se nos ha impedido continuar siéndolo. El huérfano, cuando crece, piensa en los consejos que le daría su padre si estuviera a su lado; el viudo que perdió a su mujer con 44 años se pregunta con 70 si ambos habrían sobrevivido al síndrome del nido vacío y cumplido las promesas que se hicieron: no convertirse en su senectud en unos extraños a los que les da pudor ofrecer una mano en un paseo matutino. Es duro ser conscientes de aquello que jamás seremos y que por siempre estaremos obligados a callar.

Hoy se sobrepasa para mí una barrera perniciosa: aquella que delimitaba que un hijo hubiese pasado más años disfrutando de un padre vivo que extrañando a un padre muerto. Llevo más de media vida construyendo los verbos en condicional. ¿Cómo sería?, ¿qué haría?, ¿qué pensaría?, ¿qué me diría? La respuesta que encuentro es siempre la misma: no lo sé. Porque la realidad es desoladora, pero pura en todas sus dimensiones: llevo más tiempo relacionándome con un muerto que con un vivo, y esto, a pesar de los pesares, ha provocado que mi cabeza apenas sea ya capaz de conjugar los pretéritos.

No sé cómo sería porque cada vez es más difícil recordar cómo fue; ignoro lo que haría porque lo que hizo forma ya parte de un mundo que se me presenta ajeno; desconozco lo que diría porque su voz, antes corpórea y cimentada, la siento hoy como un eco que se pierde entre los acentos abruptos de la montaña. Los condicionales han convertido a mi padre en alguien extraño que provoca en mí una pulsión irrefrenable por conocerlo. Me acerco a él con una mezcla de curiosidad felina y cautela de perro maltratado porque en mi mente se erige un hombre que ha sido edificado en base al relato de otros. La muerte me arrebató el derecho a construir una imagen que pudiese moldear a mi gusto y no otra que, al fin y al cabo, me he ido resignando a que me impongan.

Mi presente está lleno de ausencias, y descubro pesaroso que cada vez pueblan más mi pasado. Son quince años de lucha de niño enrabietado contra una realidad que sé que por fin ha llegado. Nunca lo quise admitir, todavía me resisto, pero resulta inútil extender la guerra contra el poder de los infinitivos: hoy comprendo, mientras miro su fotografía, que acordarse no es sinónimo de recordar.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento