Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Queda inaugurada la concordia

La vicepresidenta tercera en funciones y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico en funciones, Teresa Ribera, saluda al recién nombrado presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
La vicepresidenta tercera en funciones y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico en funciones, Teresa Ribera, saluda al recién nombrado presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Europa Press
La vicepresidenta tercera en funciones y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico en funciones, Teresa Ribera, saluda al recién nombrado presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

Estaba a la vista de todos. Nunca se había conocido un despliegue policial semejante en Madrid al dispuesto el miércoles y jueves en las inmediaciones del Congreso de los Diputados con ocasión del debate de investidura de Pedro Sánchez para obtener la confianza de la Cámara y devenir del presidente del Gobierno. Así me lo reconocían los uniformados de las Unidades de Intervención Policial (UIP) en conversación mañanera que mantuve con algunos de los más veteranos.

Me acerqué para alertarles de la ubicación de grupos de escasa consideración numérica que, en contraste, parecían dotados de potente megafonía con ayuda de la cual estaban profiriendo gritos subversivos, sembradores de odio y de discordia como el de "¡Viva España!". Les alenté a defender la convivencia pacífica y a propiciar el reencuentro y les hice constar mi esperanza de que semejante provocación, ofensiva para quienes se proponen legítimamente ejercer el derecho de autodeterminación y declarar la independencia de sus respectivas repúblicas vasca, catalana y gallega, no quedara impune.

Rememoré con ellos que cuando luchábamos en Ciudad Universitaria contra el régimen de Franco y el SEU -sindicato falangista estudiantil-, al hacer su aparición la policía, es decir los grises, así llamados por el color de sus uniformes, procedían a ordenarnos: "Disuélvanse" y, quienes se resistían, arriesgaban que algún agente les detuviera bajo la reclamación del temido "acompáñeme a la Dirección General de Seguridad".

Luego volviendo al despliegue antidisturbios me adelanté a encomiarles el plan preventivo del ministro del Interior, Fernando Marlaska, porque sabemos bien que la Policía, en casos como este, sólo se vuelve peligrosa cuando se encuentra en inferioridad, es decir, cuando son pocos y se sienten arrinconados; momento en que para salir del peligro recurren a las armas de fuego, mientras que, por el contrario, nada debemos temer de los agentes del orden público cuando son numéricamente muy superiores a los manifestantes.

Por eso, el ambiente frente al Congreso en Carrera de San Jerónimo, Cedaceros, Zorrilla, Paseo del Prado y Neptuno era del todo pacífico. Sólo desentonaba el exceso de decibelios de los altavoces, que debería haberse comunicado a la policía municipal para que procediera a desactivarlos y prevaleciera el respeto al derecho que tiene el vecindario a no ser alterado por la acústica inflamada, más aún ahora que hemos logrado desinflamar a Cataluña.

Por lo demás, la sesión del jueves por la mañana dejó patente que el presidente investido llega con la aparente fragilidad que cabría deducir de las palabras dedicadas por los socios parlamentarios, líderes del calibre de Rufián, Aizpurúa y demás figuras, cuando le recordaron con desparpajo que seguirán sin desmayo en sus propósitos independentistas explicando al mismo tiempo, una vez abolido el principio de contradicción de la lógica aristotélica, que esa culminación en nada afecta a esa unidad de España invocada desde la otra acera con el perverso propósito paralizante de negarles que se autodeterminen. España no se rompe, la Constitución seguirá las leyes de la Física.

Alcanzará la temperatura de fusión para pasar del estado sólido al estado líquido y, más adelante, llegado al punto de ebullición, se evaporará para goce de Aitor Esteban, que ahora lamenta aquella reforma, adoptada como método admirado de la Transición, y vuelve sus ojos al paraíso que hubiera sido la ruptura. Otra cosa es que todos estos luchadores fueran incapaces de impedir que Franco muriera en la cama.

Pero el momento culminante fue la intervención de Patxi López, que supo azuzar los más bajos instintos de la tropa socialista, atribuir toda la cadena de maldades imaginable al PP, sin conceder ninguna aportación positiva en la historia de España a ninguna formación que pudiera tildarse de derecha o de centro.

Una vez más se cumplió aquello de "por sus aplausos los conoceréis". Todo un ejemplo de cómo, después de reclamar la concordia, se procede a arrasarla. Se hubiera dicho que también López estaba haciendo virtud de la necesidad de seguir como portavoz. Continuará.

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