Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

L’Espagne c’est ce qui reste

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
EUROPA PRESS
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El tema de las nacionalidades. La teoría de la nación en Otto Bauer es un clarividente ensayo de Manuel García-Pelayo, primer presidente del Tribunal Constitucional desde su inauguración en 1980 a 1986. El opúsculo de apenas 68 páginas fue publicado en 1979 por la Sección de Estudios e Investigaciones de la Fundación Pablo Iglesias y trata del caso del Imperio austro-húngaro y su desintegración. Caída la Monarquía, escribe García-Pelayo, todavía los socialdemócratas y otras fuerzas políticas tratan de salvar la unidad política del fenecido Imperio, transformándolo en una República federal. Pero tal fórmula no fue viable dada la enérgica oposición de los aliados y de las distintas nacionalidades, de modo que el complejo plurinacional creado por la Domus Austriae quedó definitivamente deshecho, e incluso, su parte germánica fue tan abusivamente recortada que se dice que cuando preguntaron a Clemanceau que sería Austria, pudo contestar: L’Autriche c’est ce qui reste (del reparto).

Subraya García-Pelayo que, partiendo de la experiencia específica de Austria, Bauer llama la atención sobre el hecho de que la pugna de las distintas nacionalidades por influir al Estado se transforma necesariamente en la pugna de las naciones entre sí por la asignación de recursos, etc., pues mientras más satisfaga el Estado las necesidades de unas naciones tanto menos le quedará para las de otras. Consecuentemente, “la lucha de cada nación por el poder sobre el Estado es simultáneamente una lucha contra otras naciones: cada lucha por el poder es una lucha contra los otros competidores por el poder” o, dicho de otro modo, “cada nación deviene enemiga de las pretensiones de otras naciones”, dando lugar a un sistema en el que cualquier nación es lo bastante fuerte para obstaculizar los derechos de otra y lo bastante débil para obligar al Estado a que satisfaga sus necesidades.

Toda esa retórica fervorosa no ha tenido réplica alguna, nadie ha comparecido para ponderar lo que nos une

Cualquier parecido de lo expuesto hasta aquí con el caso presente de Celtiberia queda claro que es pura coincidencia. Además, basta escuchar a Pedro Sánchez, candidato socialista para ser investido presidente del Gobierno y recordar sus reiteradas y rotundas afirmaciones de que España no se ha roto en abierta contradicción con los augurios de los alarmistas para desautorizarlos. Aceptemos el hecho de que España no se ha roto pero tomemos nota de que ya queda menos para que llegue a romperse. La pasada legislatura ha proporcionado numerosas ocasiones para observar la defensa vigorosa que han hecho cada uno de los nacionalismos de las excelencias y aspiraciones insaciables de sus particularismos, enfocados de modo obsesivo hacia sus referenda y autodeterminaciones respectivas que, en tanto abandonan la casa común avanzan para que no quede en sus territorios vestigio alguno de España, ni de sus instituciones, ni de sus símbolos. Y sucede que toda esa retórica fervorosa no ha tenido réplica alguna, nadie ha comparecido para ponderar lo que nos une, ni a exponer el coste de la NO España hacia la que nos encaminamos y sabemos que lo que no se replica se convalida.

Hace seis años en octubre de 2017 incluso el PSOE y el PSC se dejaron oír en favor de la unión de todos, pero el domingo pasado en el Paseo de Gracia fue imposible avistar a Josep Borrell mientras los actuales dirigentes socialistas como Salvador Illa solo tuvieron palabras descalificadoras para los catalanes que quieren seguir siéndolo sin que España se rompa. Apenas queda el Rey, símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Celebremos que el Gobierno acabe de solicitar a las Cortes una sesión conjunta para que Leonor, la Princesa de Asturias, jure la Constitución el martes 31 de octubre día en que alcanza la mayoría de edad. Observemos cómo fuentes periodísticas de proximidad indudable señalan ahora que el presidente en funciones Pedro Sánchez “protege su relación con el rey”. Y concluyamos que con esos proteccionistas Don Felipe no necesitará detractores. En todo caso, quede claro que el grito de ¡Viva el Rey! es de libre disposición y que nadie se apropia del Rey por darlo.

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