Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Sin propina

Es un factor que está muy relacionado con la conciliación laboral y afecta mucho al estado de ánimo del trabajador. Tener mucho atasco todos los días o un trayecto demasiado largo repercute en la motivación. 7,54 puntos.
Nueva York y sus populares taxis amarillos.
Pixabay/Free-Photos
Es un factor que está muy relacionado con la conciliación laboral y afecta mucho al estado de ánimo del trabajador. Tener mucho atasco todos los días o un trayecto demasiado largo repercute en la motivación. 7,54 puntos.

Corría el año 1983 cuando un compañero de correrías musicales tuvo la bigardía de negarse a pagar una propina a un taxista en Nueva York. El taxista, entre enfurecido y estupefacto, se encaró con el bizarro aragonés y se montó una zapatiesta en la Quinta Avenida digna de una película de extraterrestres. Tanto es así que el tozudo gañán acabó en el calabozo de una comisaría en Manhattan, cautivo por unas horas. Allí nos dirigimos a reclamar a nuestro ejemplar, recluso por impago. Y entre rejas, por una propina insatisfecha, aquel furibundo hombre de los Pirineos gritaba entre tres encarnaciones de LeBron James, Mike Tyson y Mister T del Equipo A, como si le fuera la vida en ello. Pagada la preceptiva voluntad, el iracundo prisionero salió con cajas destempladas, deshaciendo insultos incomprensibles para el común de los mortales de la gran manzana.

Era evidente que aquel ingenuo no sabía que el concepto graciable de propina del territorio ibérico no se correspondía con la coercitividad de los norteamericanos. En todo caso, si alguien tiene mayor interés en conocer el origen y significado de la propina en Estados Unidos, no tiene nada más que volver a ver la primera escena de “Reservoir Dogs” (1992) de Quentin Tarantino. En Estados Unidos, los empleados no dudan en obtener una gratificación extrasalarial a costa directa del cliente, de modo que repercuten obligatoriamente parte del coste salarial en el consumidor.

Los nuevos medios de pago se han conjurado para que nadie lleve dinero de bolsillo

En España, en los últimos tiempos, la carpetovetónica tradición de la propina se está perdiendo sin remisión. Aquellos botes de cristal con billetes de Falla y pesetas horadadas han desaparecido, y ya solo se encuentran en algún relicario del Rastro. Las tarjetas de crédito y el Bizum han erradicado la costumbre del filántropo de taberna y restaurante. Los nuevos medios de pago se han conjurado para que nadie lleve dinero de bolsillo y así es imposible entregar dádiva alguna, por muy merecida que sea. No digo yo que algún antiguo camarero se hiciera rico con el bote, pero más de uno aprovechaba el sobresueldo para pagar los estudios de sus esmerados hijos.

Las razones de la propina eran y son varias, y casi todas ellas justificables. Desde el cliente agradecido por el buen servicio hasta el cliente generoso que derrocha abundancia. Desde el cliente que entrega la propina en recuerdo de su padre, que religiosamente lo hacía siempre, hasta el cliente que paga por la tralla dialéctica que le ha metido al camarero, para evitarse un buen psicólogo. También está el cliente imbécil que hace acopio de una ligereza económica sin límites cuando cree que así va a seducir al hombre o mujer que está al otro lado de la barra.

Confieso que hace unas semanas me sorprendió la conversación de dos camareros en un restaurante de Málaga. Mientras yo daba cuenta de un magnífico plato de mejillones al vapor y de unas gambas alistadas, uno de los empleados se dirigió a un colega a menos de un metro de distancia y le espetó, que por algo es tierra de espetos: "Mira, si quieres, te recomiendo en un bar del muelle. Se ganan 1.400 euros al mes más 400 euros de propina". Así que me quedé ojiplático, no tanto por mi condición de inspector de Hacienda en excedencia, sino porque pensaba que la propina era una figura extinta. En fin, busco jeque para propinas. Prometo servicio profesionalizado.

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