Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

La España de los diminutivos

Playa chiringuito
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AYUNTAMIENTO DE CARTAGENA - Archivo
Playa chiringuito

Llegó el verano y, como una tradición milenaria, España se inundó nuevamente de diminutivos. Será el solsticio, la Agenda 2030 o el efecto invernadero, pero lo cierto es que los españoles hablamos como Gulliver en Lilliput. Hay términos que no se entenderían sin el sufijo, como chiringuito, para mayor gloria de Georgie Dann, el del veranito; y de Santiago Abascal, que quiere cerrar todo el que sea político.

Porque sería escasamente cool decir que vamos al chiringo a tomarnos un vinito, una cervecita, una tortillita, unos calamarcitos y un marisquito, viendo la playita sobre una terracita, antes de echar una siestecita. Los hay también tontitos que dicen tintitos.

Cierto es que hay compatriotas que viven todo el año instalados en el diminutivo, pero es en verano cuando alcanza su máxima expresión, infestados, quizá, por un bañito de agüita salada.

Está faltando tiempo para que un equipo de la Universidad de Berkeley busque las razones de la jibarización del idioma en España, o que con los fondos Next Generation se conceda una ayudita a un centro español de estudios para buscar las razones por las que hablamos como si nos dirigiéramos a pitufina.

Hay fuentes autorizadas, clásicos del lenguaje como el Fary, que hicieron del 'Torito guapo' un himno antes de que llegase Luis Fonsi para ponernos a todos a bailar 'Despacito'. Y todo aderezado con un buen mojito, que es diminutivo de mojo, ese condimento canario verde y rojo que sorbía con fruición Ernest Hemingway en la emblemática Bodeguita del Medio de la inmemorial Habana.

Hay, en cambio, cierta aversión al diminutivo en entornos en los que los españoles estamos incómodos. Imagínense a un paisano enloquecido entre tanto dislate electoral que pronunciase estas palabras: «Estoy en el despachito de mi trabajito, acatarradito, viendo una tormentita desde la ventanita». Una auténtica ciclogénesis explosiva mental.

Parece claro que el diminutivo es placentero y supura en estados de relajación. Además, el diminutivo nos ofrece a los españoles unas posibilidades muy grandes, como llegar a decir «ahora mismito llego, callandito». Al diminutivo por el gerundio que no es nada.

En España, desde el «despacito y con buena letra» hasta el «deprisita y corriendo», todo es posible, ya sea cerquita o lejitos, que son adverbios. Por eso, el domingo, dominguete, es día de soltar el votito en la urnita, aunque el mercurio reviente el termometrito. Y a esperar el recuentito.

Los anglosajones no deben de votar en verano. Serán menos cool que nosotros y no son una sociedad sufijada como la nuestra. Porque hasta donde yo sé, cool no tiene diminutivo, a salvo que algún gracioso le añada el –ito.

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