Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

El que rompa la raqueta, a la calle

El tercer juego del último set fue clave en el resultado final del partido, cuando sacaba Novak Djokovic y Alcaraz consiguió romperle el saque al tenista serbio
El tercer juego del último set fue clave en el resultado final del partido, cuando sacaba Novak Djokovic y Alcaraz consiguió romperle el saque al tenista serbio
El tercer juego del último set fue clave en el resultado final del partido, cuando sacaba Novak Djokovic y Alcaraz consiguió romperle el saque al tenista serbio
El tercer juego del último set fue clave en el resultado final del partido, cuando sacaba Novak Djokovic y Alcaraz consiguió romperle el saque al tenista serbio
Wochit

El tenista serbio Novak Djokovic rompió su raqueta en un momento de frustración en la final de Wimbledon contra el murciano Alcaraz, ese nuevo tótem de la antología de la siesta española. No es la primera vez que lo hace. Hay muchos tenistas que rompen su raqueta cuando las cosas no les van bien. Aunque tiene una multa, es una práctica relativamente tolerada. Llama la atención que el grupo notable de pijos, actores, reyes y público esforzado que anda por ahí vea este gesto con cierta normalidad.

La multa de Wimbledon por “abuso de raqueta” -así lo llaman- es de más de siete mil euros y el precio de la herramienta de trabajo del tenista supera los seiscientos. Así que el enfado del tipo le cuesta casi ocho mil euros. No es normal. Hay que reflexionar sobre esto. No es tolerable que alguien rompa su instrumento de trabajo por un enfado casi rutinario porque la pelota no entró. Aprenda usted a controlarse, pedazo de pijo, porque lo que se merece es una expulsión inmediata del torneo.

Aprenda usted a controlarse, pedazo de pijo, porque lo que se merece es una expulsión inmediata del torneo.

Un deporte que se presume de guante blanco, en el que no hay contacto físico y al que se le atribuye una épica insondable y una enorme fortaleza mental debe exigir que sus protagonistas no rompan raquetas. Y el que la rompa, a la calle. Tanta norma, tanto color blanco, tanta publicidad de clase alta, tanta etiqueta, tanta tradición inglesa para que uno de los protagonistas se comporte como un gorila con una rama de árbol y los que miran se queden tan tranquilos.

La comparación con cualquier otra disciplina deportiva es clara. No se me ocurre ningún deporte en el que la destrucción del material esté asumida de un modo tan obsceno. Los torneos de tenis deberían castigar esta conducta con una expulsión fulminante. A ver quien rompe la raqueta después. No es normal que alguien rompa su herramienta de trabajo y menos un ídolo mundial. No es un buen ejemplo para nadie.

Hay muchos niños mirando. El hijo del protagonista está entre ellos, por cierto. Hay gente que juega al tenis con raquetas heredadas y en pistas infames y hay demasiados niños que no pueden más que dar patadas a una pelota cutre en solares polvorientos. Después, en esa homilía que dan los tenistas al acabar el partido, todos son majos, buenos y simpáticos. Felicitan al rival, lloran, quizá, un poco y se van al vestuario tras morder la vajilla. El que rompa la raqueta, a la calle.

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