Dormir con 30 grados. Es lo que llevan haciendo varias noches en algunas zonas de Granada. Y mucho me temo que esto les va a pasar buena parte del verano. Dormir así no es dormir, ni descansar. El resto del día vas literalmente arrastrado, más cansado de lo que ya estás en esta recta final de curso: tu mente no es tan rápida ni tan clara, tu humor no es el mejor y eso se nota, y estás completamente aplatanado. 

El verano pasado ya tuvimos algo parecido. He de admitir que en mi destino de vacaciones pasamos frío, nos llovió mucho, muchísimo, y que cuando regresamos a casa nos sorprendían las conversaciones de amigos y familiares contándonos que había sido el peor verano de su vida, que habían pasado un calor horrible. Nosotros veníamos con ganas de sofocarnos, pero escuchando sus conversaciones pensamos que quizás esa lluvia que nos había impedido ir a la playa todos los días o bañarnos en la piscina del hotel no había sido tan mala.

Estamos metidos de lleno en una ola de calor que, según los meteorólogos, es la primera del verano pero por una cuestión simplemente formal, porque hasta ahora no se habían registrado 3 días seguidos por encima de la media en esa época. Pero calor, lo que se dice calor, ya hemos tenido bastante antes de esta semana. Y en el debate del lunes, el único en el que vamos a poder contrastar qué propone cada partido que está llamado a gobernar, no escuchamos ya no una propuesta, ni siquiera una mínima preocupación por un tema que nos afecta a todos, que nos agobia a todos y que nos exige una respuesta urgente. Nada de esto salió el lunes. Tampoco es que escucháramos una cascada de propuestas sobre prácticamente ningún tema, al revés, pero que en medio de una ola de calor las políticas medioambientales no estén en el centro del debate, de la preocupación política, dice mucho del punto en el que estamos.

Con este clima perdemos todos. Este clima cuesta dinero y cuesta vidas, más de 4.800 personas en España el año pasado según cifras oficiales. Y este clima puede hacer que los desequilibrios sociales sean aún mayores. Dónde vivir puede determinar el desarrollo de una familia, de un joven. Cómo es su día a día, sus rutinas, poder hacer deporte al aire libre o no, poder salir de casa a trabajar andando o no, poder ir en transporte público. Tener la capacidad económica de vivir en una casa mínimamente climatizada, poder pagarse el aire acondicionado, que dispara la factura...

Cómo diseñamos las ciudades para que dejen de ser esas islas de calor debería de ser prioritario para cualquier alcalde o alcaldesa que acabe de llegar a un ayuntamiento. Prevenir, evitar que esto vaya a más controlando las emisiones, la circulación de vehículos contaminantes…. Esto es urgente, de esto no nos podemos ocupar otro día o pasado mañana. El verano pasado fue terrible y este va camino de lo mismo o peor.