Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

La tercera noche de los talibanes en el poder

Combatientes talibanes montan guardia fuera de la zona donde se encuentran la mayoría de las embajadas en Kabul.
Combatientes talibanes montan guardia fuera de la zona donde se encuentran la mayoría de las embajadas en Kabul al poco de tomar el poder.
Stringer / EFE / EPA
Combatientes talibanes montan guardia fuera de la zona donde se encuentran la mayoría de las embajadas en Kabul.
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Khadija Amin

Tercera noche de los talibanes en el poder. Junto a mis compañeras periodistas, decidimos que al día siguiente iríamos a nuestra oficina. Envié un mensaje a mis colegas hombres, preguntando si las mujeres podíamos acudir a nuestro trabajo y me dijeron que no: "Es imposible, os tenéis que quedar en casa".  "¿Por qué?", pregunté. Simplemente me dijeron no era momento de ir. Insistí y ya me comentaron que el nuevo director había dicho que las mujeres no podían trabajar, que se tenían que quedar en sus casas.

No hay diferencia entre nosotras y ellos, sé que tengo razón, pero por ser mujer no me permitieron seguir ejerciendo el periodismo, mi profesión. Hablé con otras compañeras; estaban muy asustadas, pero finalmente logré que Muzhgan, Shabnam y Sediqa aceptaran acompañarme y quedamos en encontrarnos en la puerta del parque Wazir Akbarkhan, cerca de la redacción de la televisión. Estuve sin dormir toda la noche, pensando qué nos podría pasar. Cada vez que cerraba mis ojos, los talibanes estaban en mis sueños. Aquella noche fue una larga pesadilla.

Por la mañana dije a mis padres que iba a regresar a mi trabajo. Era el tercer día del regreso de los talibanes. Mi madre estaba muy asustada, me dijo que no quería perderme, que me olvidara de trabajar y me mentalizara de llevar una vida diferente. "Mamá, sabes que es imposible para mí aceptar eso, dejar mi profesión por la que tanto he luchado. Hemos peleado mucho para tener libertad y no podemos regalar nuestros logros. No mamá, solo de pensar en quedarme en casa encerrada me vuelvo loca", le dije notando las lágrimas caer por mis mejillas. Cada gota  estaba llena de dolor por perder mi vida, mi trabajo.

"Por favor, déjame ir", pedí a mi madre, que me abrazó también llorando y me dijo que era una mujer valiente. También me recomendó que tuviera cuidado con cómo vestía, por mi seguridad. Elegí un vestido largo con un chadar (velo) muy grande para taparme. Mi corazón latía muy rápido cada vez que pensaba en salir a trabajar en contra de las órdenes de los talibanes. Estaba muy asustada y me tranquilizaba a mí misma diciéndome que era capaz de enfrentarme a ellos. 

Antes de la llegada de los talibanes salía de casa muy feliz, vistiendo trajes y con maquillaje. Ese día había algo duro pesando en mi corazón. Me miraba frente al espejo preguntándome si era khadija Amin, periodista, o solo una mujer sin derechos, y no podía contener mis lágrimas.

Pero tenía que ser fuerte y dar tranquilidad a mi familia, demostrarles que no iba a pasar nada. Dijo adiós a mi madre y salí a la calle tras tres días de encierro sin ver el cielo. Todo el mundo miraba de un modo diferente. Cada paso que di, mi corazón temblaba. Cogí un taxi y me esforcé en calmarme, sin poder evitar preguntarme si me darían una paliza o incluso me dispararían. 

Tranquila Khadija, tranquila, me repetía.

Al llegar a la puerta del parque vi a dos de mis compañeras y nos abrazamos. Les pregunté si estaban bien y me dijeron que cómo podían estarlo. Todas compartíamos los mismos sentimientos. Faltaba Shabnam, la llamamos y nos dijo que estaba un poco lejos, que entrásemos sin ella. 

Teníamos que pasar de tres controles para llegar a nuestra oficina. Fue la primera vez que me enfrenté a los talibanes y resultó muy duro, nunca había pasado algo así en mi vida. Uno de ellos, con pelo largo hasta los hombros, una gran barba y ojos grandes, me miró como si fuera a devorarme. Llevaba un vestido largo con un chaleco e iba armado. Había muchos como él. Yo estaba aterrorizada. Nos preguntó qué hacíamos y respondí que volver a nuestro trabajo, como antes. "Estáis locas, ya no podéis entrar", contestó. Tras insistir mucho y pedir hablar con nuestro director, nos permitió pasar.  

Todo estaba cambiado, no había hombres con traje y corbata, no había mujeres maquilladas sonriendo. No había mujeres, en definitiva, solo nosotras tres. Daba igual dónde mirases, siempre veías hombres con rostros ásperos. Habíamos ido con algo de esperanza. No sabíamos que íbamos a perderla por completo.

Shabnam llegó a la primera puerta, pero los talibanes no la permitieron  entrar. Fui a su encuentro para acompañarla dentro, pero un soldado de los talibanes me dijo: "¿Cómo has entrado?. Tienes que salir, las mujeres se tienen que quedar en casa". Me amenazó con pegarme o matarme diciendo que ya se había acabado la democracia. Supliqué que la dejara entrar y lo único que me respondieron fue que yo no tenía vergüenza. 

Shabnam tuvo que volver a su casa, llorando. Yo logré hablar con director. Le dije que el día anterior, su portavoz había dicho a los medios internacionales que las mujeres podrían trabajar. ¿Qué había pasado hoy? ¿Por qué no nos permitían volver a la oficina?. Él me dijo que me callara y me fuera, que quién me había permitido entrar y hablarle.  "Si quieres que todo el mundo confíe en vosotros, déjame presentar informativos, déjame preparar reportajes", insistí. Nada, todos nuestros esfuerzos fueron en vano y regresamos a casa decepcionadas. 

Había que aceptar que los días negros  ya habían comenzado para las mujeres afganas. Los talibanes nos habían quitado nuestra libertad.

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