OPINIÓN

El virus de 'Sálvame'

Belén Esteban en 'Sálvame'
Belén Esteban en 'Sálvame'
Mediaset
Belén Esteban en 'Sálvame'

Confieso que no me encuentro en el bando de los que están de luto por la cancelación de Sálvame. Es un formato con el que me pasa como con el reguetón, que no entiendo el éxito. Ya sé que, igual que la música de Bud Bunny, no está hecho para mí, pero el caso es que tiene montones de fanáticos que no encajan en el target del programa. A esos les parezco un clasista pedante (al encender mi tele no salta precisamente La 2) por rechazar un espectáculo que insisten en que maneja el humor inteligente y apuesta por la cultura bajándola a tierra. He debido de tener mala suerte porque al cruzarme con Sálvame siempre me he encontrado con peleas amañadas a gritos.

También he visto humillaciones a famosos, entrevistas a políticos oportunistas y a Jorge Javier insistiendo en que Sálvame es "de rojos y maricones". A mí me da que el verdadero público de Sálvame, más que de colores, es de tener las tardes libres, pero su discurso fue muy aplaudido por sus espectadores más progresistas. Igual necesitaban una justificación ideológica para ver corazón (algo muy lícito) en un momento en el que todo debe de ser político. Y su cancelación también es política, por escorarse a la izquierda, no por sus audiencias…

En cualquier caso, no se puede negar que, en 14 años en antena, el programa ha cambiado las reglas de la televisión, aunque no creo que haya sido para mejor. En Sálvame han sido los reyes de la espectacularización, un tratamiento mediático que convierte la información en una trama a favor del efectismo, con protagonistas cargados emocionalmente como si fueran personajes de ficción y no personas. Se hizo con una de las reinas del corazón, avergonzada por el mismo programa durante años, al convertir su testimonio de maltrato en un alegato feminista comercial que puso precio a las lágrimas. Un juicio mediático que terminó banalizando su causa y que fue aplaudido por su público más de izquierdas.

Estas dinámicas televisivas, contrarias al progresismo, tendrían menos importancia si se hubieran quedado en su plató, pero Sálvame ha sido como un virus que ha terminado contagiando todos los formatos. En programa deportivos o en debates políticos, la razón la tiene el que grita más. Incluso hay quien señala al programa como responsable del tono bronco instalado en los últimos años en el Congreso, en el que los partidos más radicales cuestionan la democracia a gritos de conmigo o contra mí.

Lo bueno es que, al salir Sálvame del tablero (conste que lo siento por su equipo), se abre la búsqueda del siguiente formato que ponga patas arriba el mundo de la televisión. Lleva hablándose años de la muerte de un medio que, en realidad, sigue teniendo la capacidad de crear lenguajes que copien hasta los políticos. A ver si hay suerte y el próximo programa que lo cambia todo es uno en el que griten menos y hablen y escuchen más.

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