Dacia Maraini, testigo de la historia y mujer con voz propia

La escritora italiana Dacia Maraini.
La escritora italiana Dacia Maraini.
WIKIMEDIA COMMONS
La escritora italiana Dacia Maraini.

Desde la primera frase, Los años rotos de Dacia Maraini (Fiesole, 1936) atrapa. Mucho ha cambiado desde su publicación en 1963, pero este libro, reeditado en España hace cinco años por Altamarea, sigue fascinando y burlando el tiempo. Narrado en primera persona por la protagonista, con esas escenas de sexo, ese deambular por la ciudad sin objetivo, esa precariedad laboral, esos encuentros con hombres que se corren y se visten a la carrera siguen vigentes. Como lo siguen los recuerdos de su autora, memoria de una época, de la evolución de los derechos de la mujer y parte de una genealogía que muchas reclamamos.

Después de asistir a una inspiradora charla entre la novelista y las escritoras españolas Marta Jiménez Serrano y Marta Barrio en la librería Antonio Machado de Madrid y comprobar la energía, entusiasmo y finura de Maraini, la entrevistamos.

"La vigencia de mis libros me agrada, porque significa que no están relacionados con la actualidad, sino con temas atemporales", reconoce todavía sorprendida por la publicación hace dos años en China de Los años rotos, reconocido en 1963 con el Premio Formentor. La universalidad de su obra, en las quinielas del Premio Nobel desde 2014, no es lo único que atrae de la también dramaturga, ensayista, poeta, cuentista y guionista.

Cubierta de 'Los años rotos', libro de la escritora italiana Dacia Maraini.
Cubierta de 'Los años rotos', libro de la escritora italiana Dacia Maraini.
EDITORIAL ALTAMAREA

Su prosa límpida, altamente visual y humanista, hechiza. Fallecidas Natalia Ginzburg y Elsa Morante, Maraini es una de las pocas representantes vivas de su generación (de la suya y de la posterior, cuánto se echa de menos a Alda Merini y Oriana Fallaci). Testigo además de grandes capítulos de la historia y amiga de figuras mediáticas del siglo XX, como Fellini, Calvino o Pasolini.

Tanto su vida como su obra (ahí están, aparte de sus libros, los guiones de El futuro es mujer, 1984; o de Yo soy mía, 1978), son una inspiración para el feminismo. La activista, que nunca ha dejado de alzar la voz, experimentó la sororidad cuando fundó en los años 70 el Teatro della Maddalena, gestionado por mujeres. "Me di cuenta de que era parte de una comunidad femenina a la que no dividían celos, envidias ni rencores como nos ha querido hacer creer el patriarcado. Éramos amigas y solidarias".

En Cuerpo feliz (Altamarea), uno de sus últimos trabajos, Maraini reflexiona sobre la maternidad: cuando estaba embarazada de siete meses, perdió a su hijo, una tragedia sobre la que también han ahondado Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre, sobre el suicidio de su hijo), Joan Didion (El año del pensamiento mágico) o Paula Bonet con su exitosa novela La anguila. "Es importante que las mujeres hablen en primera persona y que muestren su talento", razona.

"Por razones históricas, leemos más que ellos: mientras ellos viajaban, luchaban o conquistaban, nosotras nos quedamos en casa, reflexionando en silencio y desarrollando la capacidad de soñar y viajar en el tiempo y el espacio con la fantasía". De ahí, que, según Maraini, poco a poco se vayan publicando cada vez más libros escritos por mujeres. "Es un momento de vitalidad. La primera vez que entramos en las altas esferas de los negocios en política, ciencia o deporte. Tal vez, por haber estado excluidas, ponemos más entusiasmo".

Difícilmente se podría entender su literatura sin los dos años que pasó junto a su familia en un campo de concentración en Japón. "Me enseñó a amar la vida, a valorar la comida y a sobrevivir", nos cuenta. El hambre no se olvida. "Esa experiencia ha marcado mi escritura. En mis libros, se nota que he estado cerca de la muerte; conocí el hambre, el frío, la humillación, la angustia… Pero también el deseo de resistir y de no ceder al miedo".

Nacida en una familia acomodada de la Toscana, hija de Topazia Alliata, una aristócrata pintora, galerista y comisaria de arte, terminó en Japón después de que a su padre, el prestigioso etnógrafo Fosco Maraini, le ofrecerían una plaza de profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Kioto en 1938. Maraini se negó a firmar la adhesión a la República de Saló fundada por Benito Mussolini y en 1943, los japoneses internaron a la familia –Fosco, su mujer y sus tres hijos– en Japón.

"Mi padre se cortó un dedo porque conocía la cultura japonesa y sabía lo que significaban el jubikiri y el harakiri. Quien se corta el dedo y se lo tira a un enemigo le hace contraer una obligación: es un acto de valentía y nadie puede llamarlo vil. Lo hizo por sus hijos: estábamos enfermos por la falta de vitaminas y proteínas. Cuando exigía que nos dieran de comer, se lo negaban y lo llamaban traidor. Después de que se cortara el dedo, trajeron una cabra y nos alimentamos con su leche".

Roma, donde se mudó a los 19 años con su padre, supuso un revulsivo. "Sicilia en los cincuenta era represiva y misógina; las cosas cambiaron después del 68. Pero entonces, si andabas con un chico te miraban como a una prostituta".

Cubierta de 'Querido Pier Paolo', libro de Dacia Maraini.
Cubierta de 'Querido Pier Paolo', libro de Dacia Maraini.
GALAXIA GUTENBERG

En la capital italiana, se introdujo en el periodismo y en el ambiente intelectual, conoció a Elsa Morante, Fellini o Pasolini –el año pasado se publicó Querido Pier Paolo (Galaxia Gutenberg)– a quien no deja de defender. "Al creer en la anarquía estaba en contra de todo movimiento de poder, de ahí que no se adscribiera a movimientos homosexuales ni feministas. Estaba tan enamorado de su madre que era incapaz de hacer el amor con una mujer porque lo sentía como un incesto. Su paraíso era el vientre materno".

Nunca ha tenido pudor a la hora de hablar sobre su vida privada. De Alberto Moravia, con quien mantuvo una relación intelectual y amorosa durante dos decenios, conserva un recuerdo hermoso; lo describe como "un hombre nada machista ni controlador, respetuoso hacia las mujeres". Por eso, dice, convivió con tres escritoras. "Alberto era como lo he descrito: joven de espíritu, amable y alegre. Un compañero de vida maravilloso".

Sobre el debate de si dos artistas por pareja son demasiados, Maraini lo tiene claro. "El amor es ciego e inesperado, muchas veces el artista se enamora de otro artista". Convivir con un escritor como Moravia, dice, fue sencillo porque era muy respetuoso con la autonomía y la libertad.

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