Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Son delincuentes comunes

Trump
El expresidente de Estados Unidos Donald Trump
LA PRESSE
Trump

Algunos, muy pocos, lo dijimos hace ya cinco años, cuando empezaron a conocerse las barbaridades que ese sinvergüenza había instigado contra su rival para ganar las elecciones presidenciales de 2016: Trump acabará en la cárcel. Nadie hizo mucho caso, pero el tiempo ha ido aproximando aquel vaticinio a la realidad. El expresidente y llamado “magnate” está hoy más cerca del presidio que nunca antes en toda su vida, desde que se metió en política.

Pero lo más interesante de este culebrón, tan parecido a los añosos Dallas o Dinastía, no es –creo yo– el espectáculo callejero, los disturbios azuzados por este delincuente que ha sobrevivido como empresario gracias al generosísimo apoyo de la mafia. Lo que me parece más llamativo es que trate de disfrazar las acusaciones en los tribunales como una persecución política. Caza de brujas lo llama él, sin darse cuenta de que eso lo convierte, como mínimo, en lo que ya sabíamos que era: un aprendiz de brujo.

Pero le da lo mismo. Se envuelve en la bandera y convoca a sus fanáticos (que son muchísimos) a defender a la nación, que es, para él, su propio apellido. Los fanáticos, de momento, tragan. También los parlamentarios y líderes de su partido. Así que el intento de tapar con dinero la boca de una señorita de dudosa (o nada dudosa) reputación, con la que tuvo encuentros sexuales durante un tiempo, y la evidencia de que trató de disfrazar aquel soborno como “gastos electorales”, es, en realidad, patriotismo.

No lo es. Es un delito común, y mucho más común de lo que parece. Ponerse a vocear que están atacando a la patria cuando te pillan con las manos en el cajón del pan es algo, si ustedes se fijan, bastante corriente. En España estamos acostumbrados a esa patética mentira, la hemos visto infinidad de veces.

Recuerden ustedes el más memorable de todos los ejemplos, el de Jordi Pujol. Cuando se descubrió en entramado de trampas y comisiones con que él y su familia llevaban enriqueciéndose durante décadas, lo que hizo aquel astuto personaje fue clamar que no le estaban denunciando a él por ladrón y por corrupto, sino que estaban atacando a Cataluña. No coló. El latrocinio era tan clamoroso que hasta sus más fieles escuderos –recuerden la cara de dolor de muelas de Artur Mas, su heredero– se vieron forzados a darle la espalda y a retirarle despachos, coches, tratamientos honoríficos.

Ahora tenemos a una de sus nietas políticas, Laura Borràs, en una situación muy parecida. Esta señora amañó contratos públicos y falseó documentos para favorecer a un amigo que, encima, lo reconoció. La Justicia la ha condenado a cuatro años y medio de prisión, a 13 de inhabilitación y a un multazo. Ah, pero ella repite y repite que se trata de una “persecución política” y que la han condenado por ser independentista. Y convoca a las masas a que vayan a apoyarla y defenderla con la bandera por delante.

Pues las masas parece que no van. A la señora Borràs la han condenado por ser una delincuente, sus ideas políticas no tienen nada que ver. Lo mismo que le pasó a Pujol y lo mismo que le está empezando a pasar al otro golfo, Trump. Lo único alentador es que, al menos en nuestro país, lo de envolverse en la banderita y hacerse la víctima, lo de ir de mártir cuando lo que sucede es que eres un robaperas, cuela cada vez menos. Esta gente ya no provoca oleadas de indignación contra el “Estado opresor” o la “Justicia corrupta”. Provoca vergüenza. Sobre todo entre los próximos.

Porque los corruptos son ellos. Ellos son los delincuentes. Delincuentes comunes. Nada más que eso… aparte de lo patéticos que resultan.

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