Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El telón que ha dejado caer 'El Hormiguero'

Niños con personas que utilizan una electrolaringe en 'El Hormiguero'
Niños con personas que utilizan una electrolaringe en 'El Hormiguero'
Atresmedia
Niños con personas que utilizan una electrolaringe en 'El Hormiguero'

No todas las personas tienen cabida en la televisión de masas. Quizá, por eso mismo, hay una parte de la sociedad que se va a otros lugares para sentirse reconocido. El pavor a perder audiencia ha propiciado que las viejas cadenas suelan dejar fuera de su universo a personas que no cumplen unos cánones sociales. Que si no hablan del todo bien, que si tienen alguna discapacidad, que si no están dentro de los moldes físicos de lo que se presupone normalidad. Como si alguien fuera normal...

Así la televisión se ha ido quedando coja en su capacidad de hacer una foto representativa de toda la sociedad. Y los espectadores perciben que falta naturalidad en sus programas. Lógico, ya que la autenticidad está en aquello que nos diferencia, no en lo que nos iguala.

Los prejuicios editoriales han ido dejando algo enquistadas a unas cadenas que repiten clichés que se presuponen infalibles para triunfar. Pero el éxito televisivo suele ir más unido a descubrir que a reproducir patrones. ¿Cómo lograrlo? Un truco está en aprender de la curiosidad de cuando éramos niños, capacidad que es uno de los secretos de la fórmula maestra de El Hormiguero. Sus vídeos de intercambio generacional, en los que enfrenta a chavales a una situación que desconocen, representan con astucia cómo plasmar realidades cotidianas desde un enfoque creativo. Siempre enriquecido por la desprejuiciada mirada infantil.

El guionista Jordi Moltó está detrás de estas microhistorias, con un arco narrativo que tiene muy claro hacia qué lugar quiere ir. El último vídeo, emitido esta semana, ha consistido en poner a unos chavales a escuchar las voces de personas a las que les ha extirpado la laringe y utilizan una electrolaringe. Detrás de una cortina, los pequeños especulan con su poderosa imaginación sobre de qué será esa voz electrónica. ¿Un robot? ¿Un pato? ¿Un marciano verde? Y cae el telón, y ven que son personas como ellos. Su expresividad verbaliza todo sin decir nada. El programa la graba bien. Sin prisa, con ímpetu.

Entonces, los críos empiezan a lanzar preguntas. Y todos los prejuicios caen, como la propia cortina. Porque los niños no juzgan, intentan comprender. De eso va la vida, de ir conociéndonos para entendernos mejor. Es incluso la forma de derribar miedos infundados. La tele, de hecho, se ha perdido mucho porque suele cerrar la persiana antes de tiempo cuando su cometido es abrir de par en par el telón para que quepamos todos, para que imaginemos juntos.

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