Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Ojalá no encontrar nunca un pollo de cotorra desamparado

Cotorras argentinas refrescándose en su país de origen.
Cotorras argentinas refrescándose en su país de origen.
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Cotorras argentinas refrescándose en su país de origen.

Rara es la temporada de primavera/verano que no rescato algún pollo caído del nido. Por supuesto, siguiendo siempre las recomendaciones de SEO/BirdLife; es decir, solo cuando está claro que no es capaz de valerse ni de contar con la ayuda de sus padres y su vida corre peligro en la actual situación. Rescates que suelen acabar en un centro de recuperación de fauna, aunque en ocasiones los he sacado adelante cuidando de no improntarlos para dejarlos de nuevo en libertad. 

Tórtolas, vencejos y gorriones son los rescatados habituales. En un par de ocasiones, hace ya mucho en Asturias, también un mirlo y una urraca que durante muchos años vivió en torno a la casa que la alimentó. Y todas las temporadas de primavera/verano rezo para no encontrarme con un pollo de cotorra argentina desamparado.

Son invasoras, perjudican a la fauna autóctona y no deberían poblar nuestras ciudades, totalmente de acuerdo, pero no puedo evitar sentir por ellas cierta simpatía. Fueron capaces de transformar el abandono y la irresponsabilidad humana en supervivencia. Son invasoras a su pesar y el daño que puedan causar no es culpa suya, sino nuestra, que nos empeñamos en décadas pretéritas en convertir en mascotas a estas inteligentes, coloridas y bulliciosas criaturas, cuyas necesidades y hábitos sociales son incompatibles con el cautiverio.  

Lo pienso y sigo cruzando los dedos por no encontrar jamás un pollo de cotorra, porque no iba a ser capaz de dejar desamparado un animal a su suerte. Hace muchos años me juré a mí misma que no miraría hacia otro lado cuando encontrase en mi camino esa necesidad de ayuda. Decisiones así en nuestro día a día, por pequeñas que sean, son el andamiaje con le que construimos nuestra humanidad. 

Así que dejarle morir no es una opción para mí, no me lo permite mi conciencia, y tampoco entregarlo a los mismos centros a los que llevo pollos de otras especies, dado que supone también una condena a muerte por ley. Solo salvaría su vida criándolo en casa y liberándolo luego, algo ilegal y sancionado. No hay solución buena y sigo rezando porque el camino de ese pollo huérfano y el mío no se crucen nunca.  

Con las cotorras, un problema nacido del capricho, como con tantas otras situaciones en las que el ser humano es el culpable, las soluciones fáciles y rápidas deberían ser descartadas de entrada si hay otras a las que acompaña una ética mayor, un respeto a la vida que, como sociedad que busca avanzar, debemos perseguir. 

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