El concepto que da título a esta pieza es de nuestro universal poeta, dramaturgo y soldado Francisco de Quevedo y Villegas. Hace referencia a la distinta percepción que existe en los diferentes individuos entre los planos sentimental y material. Llevado al extremo del valor de una vida en el combate, hay quien la considera el más preciado de los bienes con obligación de preservarlo a toda costa y quien, por distintas consideraciones, la toma por algo indiferenciado, prescindible e incluso con un precio por perderla que se puede pagar.
La guerra por su propia esencia pone en extrema tensión los dos conceptos: valor y precio. Para el soldado, el valor de una vida sigue siendo el mayor bien, pero está dispuesto a arriesgarla —y con bastante probabilidad a perderla— buscando un fin común a otros compatriotas (la defensa de la integridad territorial, la protección de vidas inocentes, la evitación de males mayores, etc.), de orden superior porque le trasciende, y moralmente bueno. Es el espíritu de servicio y sacrificio llevado al extremo: pagar el más alto precio por cumplir con el deber que uno asume libremente y que se obliga a honrar; uno vale lo que su palabra.
En el otro extremo, se encuentra el que por uno u otro motivo concede un valor subjetivo a su vida y le pone precio, no es leal más que a su propio interés y es consciente del coste real de su decisión; a este no le une ninguna finalidad común con otros como él salvo la supervivencia y la paga, no tiene más ética que la que le dicta su instinto, y la moralidad de sus actos le es indiferente. Mata y muere por decisión propia y no repara en los medios que debe emplear.
En ningún caso merece consideración de combatiente ni respeto es el que mata por elección, en su propio beneficio y sin ninguna referencia moral
Ambos son combatientes, ambos se enfrentan en luchas encarnizadas a vida o muerte por una casa, una calle o un metro de trinchera, y ambos están sujetos a los designios de personas alejadas de su realidad, de su padecimiento extremo, su angustia y su dolor. Unos tienen claro por qué morir, otros tienen claro por qué matar. Un ejemplo actual describe a la perfección este escenario: la batalla del Donbas con Vuhedar y Bajmut como epicentro, una tragedia que parece no tener fin en destrucción y pérdida de vidas.
Equivocado o no, todo soldado que da la vida por su país convencido de que lo que hace es para protegerlo, merece respeto siempre que actúe de acuerdo con las leyes y usos de la guerra; otro juicio bien diferente es el que merece quién le colocó en esa situación y con qué motivaciones. Lo que en ningún caso merece consideración de combatiente ni respeto es el que mata por elección, en su propio beneficio y sin ninguna referencia moral. No es bueno ni justo confundir soldados conscriptos o profesionales con los integrantes de las llamadas compañías militares privadas(PMC), mercenarios para abreviar. Y acabo como empecé, a unos hay que reconocerles el valor y el sacrificio estemos o no de acuerdo con ellos, y a los otros hay que reclamarles el precio de sus actos para que, a ser posible, no se den nunca más.
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