OPINIÓN

Becas para romper la baraja del privilegio

Estudiante en una biblioteca
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DIPUTACIÓN DE ALBACETE
Estudiante en una biblioteca

Si la vida es una carrera, no todos empezamos en la misma posición. Por muy bien que juegues tus cuatro cartas, siempre irás por detrás del que empezó con doce. Hay excepciones, claro. Casos admirables de superación que ocupan reportajes en contraportadas y son enarbolados por los defensores de la "mentalidad de tiburón". Pero esos casos son raros y, definitivamente, no generalizables.

Por suerte, cada vez hablamos más de los problemas de la homeopatía filosófica del "si quieres, puedes" y de cómo funciona el ascensor social. El famoso mito de la meritocracia. No son pocos los informes que luchan por aclarar que el esfuerzo individual es imprescindible y positivo, pero nunca suficiente para explicar el éxito, que en gran medida viene definido por una doble lotería: material y social. Aspirar a una sociedad mejor conlleva buscar reducir el peso de esos privilegios en las oportunidades de cada individuo para desarrollar libremente su proyecto de vida. Y para eso sirven las becas.

Con ese espíritu, el Consejo de Ministros aprobaba la semana pasada la mayor inversión en becas al estudio de la democracia: 2.520 millones de euros. Es casi un 40% del presupuesto del Ministerio de Educación. El real decreto amplía, entre otras medidas, las cuantías de desplazamiento: 2.500 euros que pueden ser decisivos para una familia que, de repente, puede permitirse el alquiler en otra ciudad para que su hija pueda estudiar un grado que solo existe allí. O que su hijo pueda volver a casa para pasar la Navidad todos juntos.

Es difícil exagerar hasta qué punto una beca al estudio puede facilitar tu vida. Y es que, desde el día que naces, tus sueños están limitados por tu cuenta bancaria. Lo alto que te atreves a apuntar en la vida se mama con la leche materna y tu nivel de ambición estará condicionado por el ambiente en el que crezcas. Aquí es donde entra el nivel de privilegio, siempre tan relativo. Ser de una gran ciudad te lo pone más fácil que crecer en el medio rural, igual que no tener que cuidar de algún familiar te hace más libre que verte obligado a ayudar a tus padres trabajando los fines de semana.

Desde el día que naces, tus sueños están limitados por tu cuenta bancaria

Y es que el privilegio es también tu nivel de acceso: además de la evidente brecha económica, existe una enorme desigualdad de información. Estudiar en el extranjero es probablemente el mejor ejemplo. Es un privilegiado aquel que puede pagarse un máster en Estados Unidos, pero también lo es quien conoce la posibilidad de solicitar una convocatoria de financiación pública o privada, ha recibido formación de cómo escribir una carta de motivación o de cómo enfrentarse a una entrevista y, además, conoce a alguien que pueda recomendarlo. No pasa en todos los campos de conocimiento, pero en muchas ocasiones esa búsqueda por destacar de alguna manera entre la masa es lo que decide si tienes trabajo o no al salir de la universidad. Que alguien te explique pronto en tu carrera la importancia de distinguirte en un mundo hipercompetitivo también es privilegio.

Está claro que las becas no acaban de golpe con la desigualdad, pero contribuyen a engrasar ese ascensor social, que para algunos parece no subir más allá de un primer piso. Es buena noticia que haya más presupuesto, aunque queda mucho por hacer hasta que esa brecha de acceso se cierre poco a poco, las oportunidades existentes se conozcan más y las becas al estudio lleguen antes a más estudiantes. Todo para que, a pesar de jugar con barajas distintas, todos podamos ganar.

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