Javier Yanes Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular
OPINIÓN

La ciencia nos complica la vida. Y eso es bueno

Manifestación a favor de la ciencia del cambio climático en Melbourne (Australia) en 2017.
Manifestación a favor de la ciencia del cambio climático en Melbourne (Australia) en 2017.
John Englart / Flickr / Creative Commons
Manifestación a favor de la ciencia del cambio climático en Melbourne (Australia) en 2017.

¿La ciencia existe para hacernos la vida más fácil? Algo me dice que, si hiciéramos una encuesta al azar con esta pregunta a la entrada de un híper, la gran mayoría de la gente respondería que sí. Y es de agradecer que esta idea esté tan extendida, porque denota una buena acogida de la ciencia en la sociedad. De hecho, las encuestas reales coinciden en que la percepción positiva de la ciencia es inmensamente mayoritaria.

Pero entre las respuestas negativas podríamos encontrar dos tipos de perfiles. Y, curiosamente, el primero sería el de los propios científicos. Porque, en realidad, la ciencia no existe para hacernos la vida más fácil, e incluso en muchos casos nos la complica. Estas complicaciones son precisamente las que motivan el segundo perfil, el de quienes rechazan la ciencia.

Obviamente, no existe una definición oficial de ciencia universalmente aceptada. La mayoría de las que pueden encontrarse se parecen entre sí, pero no del todo, y en los matices están las diferencias. Por ejemplo, el Science Council, una organización científica británica, la define así: “La ciencia es la búsqueda y aplicación del conocimiento y la comprensión del mundo natural y social siguiendo una metodología sistemática basada en la evidencia”.

¿Ciencia "útil"?

Aquí hay una palabra clave importante, y es “aplicación”. Otras definiciones de ciencia no la incluyen. En su lugar, se limitan a decir que la misión de la ciencia, para lo que existe y se inventó, es descubrir. Explicar cómo funciona el universo.

A esta visión más purista es a la que se acogerían los científicos que negaran esa visión de la ciencia como algo que sirve para hacernos la vida más fácil. Por supuesto que hay innumerables casos en los que ese conocimiento se aprovecha para modificar lo descubierto de un modo conveniente para nosotros, para curar o permitirnos hacer algo que no podíamos. Pero otra cosa es que esa “aplicación” deba o no estar en la definición, si aquello que finalmente nos hace la vida más fácil es parte integral de la ciencia o es solo un spin-off secundario. Por ejemplo, la Unesco, el organismo de Naciones Unidas que se ocupa de ello, presenta una visión mucho más utilitarista, centrándose en los beneficios que aporta a la sociedad.

La misión de la ciencia, para lo que existe y se inventó, es descubrir

El problema de esta visión es que es peligrosa para la propia ciencia. Porque puede dejar de lado todo aquello que no ofrezca un beneficio práctico inmediato. Por supuesto, aquí está la ciencia básica. Es fácil entender que todo gran avance, de los que curan o hacen algo útil, tuvo unos primeros pasos en forma de ciencia básica sin los cuales no se habría iniciado ese camino. En cambio, lo que no parece entenderse tan bien es que en el momento de esos primeros pasos es casi imposible saber cuáles de ellos llevarán a ese avance. Así que defender una visión utilitarista de la ciencia tampoco sirve para ese objetivo utilitarista.

Pero no es solo la ciencia básica; luego está la ciencia que nos complica la vida. El ejemplo más inmediato de esto es el histórico: era más fácil creer que todo lo que ocurre, la lluvia o la sequía, los terremotos y las enfermedades, obedecía a los designios inescrutables de un ser superior. O a los astros. No había nada que entender, ni nada que hacer al respecto, salvo rezar. En cambio, descubrir las leyes naturales que gobiernan todo esto no solo obliga a elegir entre hacer el esfuerzo de intentar entenderlas o quedarse fuera, sino que además obliga a actuar; por ejemplo, cambiar ciertos hábitos de vida para no enfermar. Complicaciones.

El ejemplo histórico debería estar lo suficientemente asimilado para no crear conflicto (que no siempre es así). Pero vayamos a ejemplos más actuales, y por ello aún más conflictivos. La ciencia del cambio climático nos ha complicado la vida. Nos ha revelado que no podemos seguir como hasta ahora, que necesitamos transformaciones profundas. Por supuesto que esto atenta contra intereses económicos muy poderosos; por ello las petroleras han intentado negar la ciencia del clima incluso sabiendo que era correcta.

Resistencia al cambio

Pero hay algo más: la resistencia al cambio; “lo que nos quieren quitar ahora, cuando de toda la vida… y no ha pasado nada”. Y los prejuicios ideológicos, que no es necesario explicar. Complicaciones que se evitarían si la ciencia no metiera las narices donde no debe, si se limitara a buscar la cura del cáncer, o a demostrar que los dueños de perros son más felices que los de gatos (esto es solo una parodia, pero muy en la línea de estudios que se comentan a diario en muchos medios).

Otro ejemplo actual. La vida era más fácil (para la mayoría, no para las minorías) cuando se entendía que solo había hombres XY y mujeres XX, cis y heterosexuales, y que todo lo demás eran enfermedades, modas, caprichos o inventos ideológicos. 

Pero hete aquí que la ciencia descubre, primero, que hay tres clases de fenotipos relacionados con la determinación sexual: el sexo (caracteres primarios, los genitales), la sexualidad (orientación sexual) y la identidad de género (autopercepción). Y que, aunque todos ellos nacen originalmente en la dotación cromosómica, el camino entre esta y aquellos es enormemente largo e implica infinidad de factores autosómicos (cromosomas no sexuales), bioquímicos y ambientales desde la gestación en el útero, muchos de ellos seguramente aún no conocidos. Y que aunque el resultado es mayoritariamente unívoco, no es un proceso determinista, sino que pequeñas variaciones en cualquiera de ellos originan una gran diversidad de fenotipos minoritarios. 

Esta ciencia también nos complica la vida. Rompe conceptos clásicos, obliga a cambiar leyes, plantea multitud de situaciones que la sociedad y los legisladores no saben muy bien cómo manejar. Pero es lo que hay; la ciencia sirve para descubrir. Y cuando mete las narices, le pese a quien pese, descubre. Hasta ahora, los prejuicios ideológicos y la resistencia al cambio han bloqueado la posibilidad de que esta ciencia sea más conocida y aceptada. Pero es una cuestión de tiempo; también la aceptación del cambio climático ha costado décadas. Y aún hay quienes se resisten.

En mi próxima columna contaré otro curioso ejemplo aún más nuevo de ciencia que nos complica la vida y que tiene muchos de estos ingredientes.

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