Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

El papa que llegó a los límites

El Papa Benedicto XVI.
El papa Benedicto XVI.
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El Papa Benedicto XVI.

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, quien a lo largo de ocho años dirigió los designios de la Iglesia católica, pasará a la historia por ser el primer Papa en muchos siglos que renunció al cargo. Había cumplido ochenta y cinco años y estaba en la plenitud de sus reconocidas facultades mentales, pero el peso de la gigantesca organización entre espiritual, financiera y palaciega que se centralizaba en la ciudad del Vaticano le superó. Era un cardenal sabio, un teólogo realmente excepcional, pero todo esto no le convertía en gestor competente para afrontar las complejidades administrativas y las tensiones humanas que se acumulaban a su alrededor.

Ya era consciente de lo que le esperaba cuando, en apenas veinticuatro horas de debate y tres votaciones en el Cónclave, tras la muerte de Juan Pablo II fue elegido Sumo Pontífice, algo que todos sus allegados recuerdan que no deseaba. Ya en su primera oración, inspirada por su creencia, exclamó: "Señor, ¿por qué me haces esto?". Era una premonición de lo que le esperaba. El Vaticano atravesaba una etapa que recordaba los males de un infierno terrestre en el que coincidían las batallas políticas propias de cualquier Estado con los pecados que el hermetismo de la fe hacía difícil descubrir y perdonar. Las intrigas internas no podían por menos de quitarle el sueño.

El escándalo VatiKaks, cuyos espinosos detalles le llegaban mal filtrados, le impedía encontrarles solución drástica en la búsqueda espiritual que concentraba en sus oraciones. Era –se dice– el papa que más rezó y el único que se recuerda cómo se transfiguraba y se debatía en lloros cuando se postraba ante alguna imagen o símbolo popular de sus creencias. El duro golpe de las revelaciones que empezaron a conocerse sobre la pederastia en seminarios y colegios religiosos fue un golpe definitivo para su conciencia. En Alemania, su país, incluso se le llegó a acusar de debilidad en la condena a los 547 clérigos del llamado proceso de Ratisbona. "Yo no vi nada ni me enteré de nada". Y humildemente pidió perdón por los abusos: "Siento vergüenza".

Quienes le conocían y valoraban su incapacidad para mentir no dudaron que su defensa era cierta. La profundidad de la fe que le abstraía era un argumento convincente para valorar su inocencia. Pero no faltaron mal pensados sobre las conciencias ajenas que lo pusieron en duda, difundieron la sospecha en algunos medios de comunicación y a él le afectó profundamente, aunque quizás lo metabolizó como una prueba divina de su fe, sacrificio y capacidad de sufrir. Mucho debió reflexionar cuando, habiendo llegado a sus límites, empezó a considerar que quizás debería abandonar para que tanta responsabilidad la asumiese otro más capacitado para afrontarla.

La muerte de su hermano mayor, Georg, también sacerdote y músico prestigioso, con el que mantenía conversaciones casi diarias, fue un duro golpe para su ánimo y salud. Apenas le sobreviviría unos meses. Benedicto XVI pasará a la historia de los papas que encabeza San Pedro como el número 265 y se perpetuará en la memoria de la Iglesia como un teólogo sabio, un hombre bondadoso y lo mismo cuando era un sacerdote que cuando accedió a cardenal, y desde ahí al Pontificado, como justo, humano y duro con su propia existencia.

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