Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

Compañeros de partido

El expresidente Hu Jintao se detiene junto al presidente chino Xi Jinping mientras es desalojado.
El expresidente Hu Jintao se detiene junto al presidente chino Xi Jinping mientras es desalojado.
ATLAS
El expresidente Hu Jintao se detiene junto al presidente chino Xi Jinping mientras es desalojado.

Que la política y la amistad están reñidas no es nuevo ni es un asunto exclusivo de nuestro país donde el cupo de rifirrafes está muy bien cubierto incluso dentro del Gobierno. En los Estados Unidos, donde dentro de unos días compiten demócratas y republicanos por dominar las cámaras parlamentarias –además de otras cosas– es bastante lógico que tengan sus rifirrafes, y más cuando el anterior presidente, el siempre sospechoso de delinquir Donald Trump, tendrá que comparecer ante la Fiscalía.

En China, por su parte, donde todos son hermanos en el seno del Partido Comunista que propugna y fomenta la igualdad, resulta que a la hora de apostar por el pastor del rebaño, los líderes también se lían a porradas sin temor a que las cámaras difundan la vergüenza por el resto del mundo. Sin remontarnos a tiempos más lejanos, pasó el sábado. Xi Jinping, el hombre fuerte del momento, fue coronado mandamás seguramente hasta que la vida le abandone.

Todo parecía normal y apoteósico cuando la euforia del triunfo del líder carismático obligaba a digerir el odio y la frustración de otros, pero un incidente inesperado perturbó la clausura del congreso del PCCh con los 2.300 delegados congregados en el Gran Salón del Pueblo que estaban participando en la anticipación del futuro que aguarda a los 1.300 millones de chinos, centenares arriba o abajo, que pueblan el país.

Llegaba la hora de dar posesión a los miembros del Comité Permanente del Politburó, que al final son los que manejan el cotarro –casualmente todos afines a Xi–, cuando se observó una alteración del orden en las primeras filas donde dos forzudos del servicio de seguridad peleaban con un anciano por sacarle del asiento en el que al parecer no debía estar y, en definitiva, del escaso derecho que sus compañeros le reconocían tras haber sido el antecesor de Xi varios años.

El pobre Hu Jintao, que tanto mando y arbitrariedad había acumulado, era arrastrado sin contemplación al frío reinante en la plaza de Tiananmen. Luego la prensa local, de más que dudosa independencia, explicó el escándalo afirmando que el expresidente de 79 años se había sentido mal y los que le sacaron por la fuerza lo hicieron para ponerle a salvo. No queda claro si de su salud física o del peligro amigo de su ambición por pretender seguir usufructuando alguna migaja caída de la mesa de sus antiguos camaradas.

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