OPINIÓN

Tomarse un descanso

Una empleada del hogar.
Una empleada del hogar.
GTRES
Una empleada del hogar.

De jóvenes, pizpiretas, seductoras a su pesar. Ángeles de grandes ojos que encendían la pasión de los señores, enredadoras que volvían locas al criado. Ya ancianas, fieles hasta la tumba, custodias de secretos familiares, nodrizas más entregadas que las propias madres. Las historias literarias protagonizadas por criadas se cuentan por centenares, muchas de ellas como personajes secundarios, una estratagema necesaria para que destaquen otros. Lorca, con su ama y su Poncia; Delibes, con la Desi y con Nieves; dieron paso a las fámulas de Sánchez-Andrade o a las que limpian de la productora A Panadaría.

Hasta esta semana las empleadas del hogar no contaban con el derecho al desempleo; este colectivo ancestral se encontraba en España en una situación extraña de desprotección laboral, lastrada por el paternalismo, la necesidad y una relación que a menudo rozaba la dependencia emocional. Una de las profesiones más idealizadas en la ficción, más empapadas por la melancolía de los viejos buenos tiempos, salta de pronto a la modernidad legal y deja entrever todo aquello que las narraciones callan: las jornadas inacabables, los despidos sin justificación, malcomer o maldormir porque no era cosa de tomarse un descanso, la precariedad y la angustia en la que muchas han vivido. E insisto en muchas, porque como casi todos los sectores precarios, este se encuentra feminizado.

Si la inercia no cambia, más y más familias españolas necesitarán a esas empleadas para niños y ancianos, para sobrellevar el día a día. También lo precisarán las propias empleadas. El nuevo decreto ley que marca los derechos adquiridos indica también un camino sorprendente, que este trabajo se desvincule de su marca de clase social (no hay criadas ricas) y comience a percibirse de otra manera. Se avecinan nuevas historias de extrañas Cenicientas.

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