Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

La modernidad del Opus (y 2)

El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.
El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.
CIRO FUSCO / EFE
El Papa Francisco participa en una reunión con los indígenas y los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón en Edmonton, Canadá.

Imbuido del propósito de poner orden en la Curia, a la que calificó recién llegado al solio pontificio, de lepra de la Iglesia, el Papa Francisco ha dispuesto el pasado 19 de marzo en la Constitución Apostólica Predicate Evangelium el encuadramiento de las prelaturas personales en el Dicasterio del Clero en vez del de los Obispos donde estaban situadas desde su creación. Pero, habida cuenta de que la única prelatura personal existente es la del Opus Dei, quedaba claro que estábamos ante una norma de enunciado general sólo aplicable a un caso particular, el del Opus. Momento de recordar que esta figura canónica de la prelatura personal fue creada ad hoc por el Papa Juan Pablo II mediante la Constitución Apostólica Ut sit del 28 de noviembre de 1982.

El Padre, como era denominado por sus fieles, sostenía que durante la celebración de la Santa Misa el 2 de octubre de 1928 había recibido una revelación para llevar adelante una Obra que aseguraba pudo ver en todos sus detalles, sin que estuviera en su mano modificar nada. Sucedía que, a partir del carisma, había que diseñar una estructura jurídica y resultaba que todas las figuras del derecho canónico, incluso las que se confeccionaron ex profeso, eran juzgadas inadecuadas por sus destinatarios. 

Ese fue el caso de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, promulgada por el papa Pío XII el 2 de febrero de 1947 con el fin de dar una configuración a los institutos seculares, surgidos como nueva forma de vida consagrada que, tan pronto como fue adoptada por los impulsores de otras iniciativas apostólicas, pasó a ser considerada impropia por el Opus Dei pese a haber sido el primero en acogerse a esa fórmula. Tampoco ayudaba en nada la actitud de displicente superioridad que respecto a la jerarquía eclesiástica transmitía el fundador monseñor Escrivá.

El cambio impuesto del Dicasterio de los Obispos al del Clero modifica la situación de los laicos en la Prelatura y lleva consigo la obligación de presentar un informe acerca de la situación de la misma y del desarrollo de su trabajo apostólico con periodicidad anual, en vez de quinquenal, como antes. Además, en el posterior Motu proprio Ad charisma tuendum del 14 de julio del Papa enumera hasta cinco disposiciones que modifican la Constitución Apostólica Ut sit. Y lo hace con esa perversidad que tiene bien acreditada la jerga vaticana. 

Así que, tras señalar que su objetivo es “confirmar a la Prelatura del Opus Dei en el ámbito auténticamente carismático de la Iglesia, estableciendo su organización en sintonía con el testimonio del Fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer”, establece que su forma de gobierno estará “basada más en el carisma que en la autoridad jerárquica”, como si ambas bases fueran antitéticas, y concluye de paso que el Prelado del Opus Dei “no será distinguido, ni tampoco susceptible de ser distinguido, con el orden episcopal”.

Con un punto adicional de recochineo, que algunos querrían calificar de jesuítico, la quinta de esas disposiciones dice que “considerando que las insignias pontificales están reservadas a quienes les ha sido otorgado el orden episcopal, se concede al Prelado del Opus Dei, por razón del cargo, el uso del título de Protonotario Apostólico supernumerario con el tratamiento de Reverendo Monseñor”. De modo que Francisco invoca a Escrivá para derruir lo que éste se propuso lograr desde la fundación de la Obra, despoja a su Prelado del orden episcopal y, para compensarle, le otorga un título inutilizable que ha causado rechifla general. La respuesta del actual prelado, Fernando Ocáriz, ha sido de “aceptación filial”, según consta en la carta que ha dirigido a su gente, pero es de suponer cuál será su amargura. Ahora le incumbe la adaptación de los estatutos a estos cambios impuestos y encontrar la manera de reubicar a los laicos en la Prelatura.

Para los que hayan llegado tarde recordemos que el Opus Dei había alcanzado máxima notoriedad en España a partir de los años cincuenta, cuando algunos de sus miembros fueron cooptados como ministros por Franco. Porque el generalísimo, advirtiendo el desgaste de algunas de las fuerzas que le habían secundado en la guerra, tomó buena nota de una nueva fuerza, el Opus Dei, que venía recomendada por el almirante Luis Carrero Blanco. Una vez examinada fue considerada bizcochable y Franco decidió atribuirle una cuota que en adelante añadió a las que en su particular alquimia venía concediendo a militares, falangistas, democristianos colaboracionistas, tradicionalistas y monárquicos sine die. Así, durante años, a partir de los ochenta, el Opus parecía estar navegando en inmersión, pero ahora vuelve a la actualidad de la mano del Papa Francisco que reorganiza la Curia y procede a anular la excepcionalidad, única e inimitable, reconocida al Opus Dei en la Ut sit.

De modo que aquel sueño de la prelatura personal, excéntrica a la jurisdicción de los ordinarios del lugar, es decir fuera del control de los obispos diocesanos, que siempre pretendió alcanzar el fundador, tiene ahora un abrupto despertar, sin que se hayan cumplido cuarenta años desde su erección, que a monseñor Escrivá sólo le fue dado entrever, quedando para su sucesor, Álvaro del Portillo, la entrada en la tierra prometida. Y en esta polvareda del derecho canónico se pierde la innovación de Lutero que realza la significación religiosa del trabajo cotidiano, la valoración religiosa de los deberes propios de los trabajos o profesiones profanas, basadas en el principio luterano de que no es necesario abandonar el mundo para alcanzar una vida cristiana perfecta, pues el orden social en el que cada cristiano está situado es santo, querido por Dios, que era precisamente la modernidad del Opus Dei.

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