Entrevista

Marc Casals, autor de 'La piedra permanece': "Lo que pasa en Ucrania despierta recuerdos en la gente de los Balcanes"

  • El traductor y escritor catalán explica las huellas que dejó en Bosnia la guerra con 16 historias muy personales.
  • ​Reivindica que los Balcanes "no son una región monolítica" y cree que los bosnios ven a la UE "cada vez más lejos".
Marc Casals, autor de 'La piedra permanece'.
Marc Casals, autor de 'La piedra permanece'.
CARLES PALACIO
Marc Casals, autor de 'La piedra permanece'.

"La idea que Sarajevo tiene de sí misma descansa sobre una paradoja: aunque su historia ha estado marcada por la diversidad, se concibe como un microcosmos cerrado". Con esa frase arranca la primera historia de las 16 que recoge Marc Casals (Girona, 1980) en su libro La piedra permanece. No solo va sobre Bosnia y Herzegovina. Va sobre los bosnios y las bosnias. Va sobre la gente, y se centra en lo humano de un país visto (casi) siempre desde el prisma de la guerra. Quizás por eso la obra acaba con una palabra que evoca lo que Casals quiere contar: vivir.

Casals atiende a 20minutos para charlar sobre lo que ha escrito, pero no solo. También sobre los Balcanes, una región que no es ni mucho menos monolítica aunque se pinte desde fuera como tal. Al otro lado de la pantalla, taza en mano, el autor catalán reconoce que prefiere "escribir sobre la gente". Y esa gente es la que le ha contado sus historias, profundas, complejas, dolorosas, ejemplares, inolvidables. Como los Balcanes, al fin y al cabo.

Llevas 17 años viviendo en los Balcanes. ¿Cómo ha cambiado la región en este tiempo y qué foto sacas ahora mismo de ella?

No se puede coger la región como un bloque, porque por ejemplo hay países que han entrado ya en la UE como Bulgaria o Rumanía -aunque en el caso rumano muchos no se consideran balcánicos-. Yo he vivido en Bulgaria, me fui, volví y el país que yo me encontré después de entrar en la UE fue distinto, tanto a nivel de infraestructuras como de atmósfera. Me parece que Sofía [la capital] ha cambiado bastante. Se ha vuelto una ciudad más tranquila; la Sofía donde yo viví era un poco más bronca.

¿Y el caso de Bosnia?

Es particular. Desde que llegué hasta ahora ha ido degenerando lentamente. No ha sido nada muy evidente, pero ves que la gente se va yendo, el ambiente se paraliza y la situación política se ha ido pudriendo poco a poco a base de no avanzar con ningún rumbo claro. Hasta 2005, aún con todo lo que había sufrido Bosnia y todo el dolor causado por la guerra, había optimismo, pero a partir de ahí se ha ido estancando.

A lo largo del libro cuentas las huellas de la guerra a distintos niveles, como puede ser el arquitectónico, pero también el psicológico. ¿Hay poso del conflicto en las generaciones que nacieron después?¿Es algo intergeneracional?

Yo tenía un amigo, ya fallecido, que era psicólogo especializado en estrés postraumático y de hecho había un capítulo (que no salió finalmente en el libro) en el que él y su mujer eran los protagonistas. Me contaba que encontró síntomas de estrés postraumático en niños nacidos después de la guerra. Es algo que de alguna forma se hereda. Y detrás de toda esta cuestión psicológica está también el hecho de que a los jóvenes se les ofrezcan pocas perspectivas de futuro. A lo mejor tienes que pagar para encontrar un trabajo, o militar en un partido político o tener un padrino. Es una corrupción muy extendida. En Bosnia la corrupción de altos vuelos quizás no sea tan espectacular, pero alcanza niveles mucho más bajos. La combinación de ser criado por personas con traumas de guerra y la dificultad para construir una vida es lo que les lleva a emigrar.

Precisamente la migración es un elemento clave de la Bosnia actual. Es un país de migrantes y de desplazados internos. ¿Esto quiere decir que Bosnia es un país sin futuro?

Las tendencias no son buenas. El hecho de que se esté yendo la población, digamos, más dinámica acabará provocando que el país se quede semivacío y eso es lo que puede pasar en muchos otros lugares de los Balcanes. Pero eso también hace que la población sea más fácil de controlar, y a los partidos nacionalistas les interesa esa situación. Pese a ello, me gustaría pensar que Bosnia sigue teniendo futuro.

El hecho de que se esté yendo la población, digamos, más dinámica acabará provocando que el país se quede semivacío y eso es lo que puede pasar en muchos países de los Balcanes

Los Balcanes no son una región monolítica. ¿Tienes la sensación de que desde fuera sí se ve como tal?

Sí. Supongo que porque es una zona a la que solo se le ha prestado atención cuando ha habido algún problema. Muchas veces la cobertura de lo internacional es la cobertura de los conflictos; puede que sea lo más llamativo, hay regiones del mundo que solo aparecen cuando son fuente de conflicto. En este sentido supongo que es lógico que la gente vea los Balcanes como un mismo bloque, pero la realidad en algunos casos es un poco distinta. Yo, por mi parte, procuro complejizar todo lo que puedo para explicárselo al lector, pero también para que los vea como un lugar con más aristas.

Uno de los hechos que más ha trascendido desde el punto de vista mediático, lógicamente, fue la matanza de Srebrenica. Dedicas un capítulo más específicamente a ello. Cuentas que los días previos a los aniversarios son tensos, con la población poniéndose en alerta. ¿Cómo se recuerda Srebrenica en Bosnia?

Depende de para quién. Para los bosniacos es la culminación de toda la tragedia que vivieron durante la guerra, pues fueron las principales víctimas. De algún modo es el crimen que simboliza todo lo que sufrieron. Ha llegado a un punto en el que representa todos los lugares donde se cometieron masacres contra bosniacos. Más allá de eso ya depende de la ideología de cada cual: para muchos serbios el recuerdo es el opuesto, dicen que nadie recuerda a las víctimas serbias que hubo durante la guerra y niegan que las tropas serbobosnias cometieran un genocidio. Hay un choque importante de memorias históricas. Son relatos que no coinciden en absoluto y hay también un establishment político-mediático que alimenta esto.

Definen, y en el libro lo recoges, a Sarajevo como una ciudad ensimismada. ¿Qué quiere decir esto? Y siguiendo este hilo... ¿Es Bosnia un país ensimismado?

Un poeta sarajevita, Abdulah Sidran, tiene un poema que se llama Planeta Sarajevo, que enseña la ciudad digamos como un lugar aparte. Pero es un fenómeno muy recurrente en los Balcanes esa tensión entre las ciudades grandes y el campo. Eso genera una especie de orgullo capitalino. También hay que añadir que, geográficamente, Bosnia está bastante predeterminada al ensimismamiento: desde Mostar hasta el valle del Drina los horizontes se cierran. Pero al mismo tiempo la gente no es cerrada, sino al contrario, franca: les gusta mostrar su país, contarte cosas. Yo a la población no la definiría como ensimismada. En Sarajevo te van a tratar siempre bien.

Da la sensación de que la UE ve a los Balcanes y en particular a Bosnia todavía muy lejos. ¿Cómo de lejos ve Bosnia a la Unión Europea?

La verdad es que cada vez más lejos. Es algo que para ellos sería una meta, algo deseable, pero van pasando los años, con políticas erráticas por parte de la UE y se van volviendo escépticos. No en el sentido de que no quieran formar parte de la UE, pero ven que no va a ocurrir. La perspectiva europea es atractiva si es creíble. Tampoco puedes estar deseando algo que sabes que no vas a conseguir, sobre todo si la otra parte no es que muestre un gran interés en ti. Eso los bosnios lo perciben y lo tienen en cuenta.

Podemos caer en la comparación entre lo que pasa ahora en Ucrania y lo que pasó en Bosnia en los noventa, aunque cada guerra es diferente. Pero, ¿cuánto recuerdo despierta en Bosnia la invasión rusa de Ucrania?

Están muy pendientes porque la imagen de un bombardeo o de un bloque de pisos ardiendo les remite a sus experiencias. Al mismo tiempo, hablando con la gente y no solo en Bosnia, hay una noción compartida, y es que en los últimos dos siglos todos los conflictos que se han dado en Europa han repercutido de una forma u otra en los Balcanes. Están digamos en una falla geopolítica. Entonces hay una prevención, aunque no diría miedo, por si lo que pasa en Ucrania puede acabar tocando a la región.

Una de las cosas que puede llamar la atención del libro es que toca la parte política de refilón. Son historias eminentemente humanas. ¿Qué fue lo más difícil a la hora de trasladar al papel las 16 historias? Son vínculos tuyos de años con los protagonistas.

Escribo muy poco sobre política porque los Balcanes son una región bastante desastrosa a ese nivel y te obliga a escribir sobre gente que me parece poco interesante y no muy recomendable. Eso me da bastante pereza, así que prefiero escribir sobre personas corrientes, porque creo que se las ve poco. Me molesta que los Balcanes se vean como un tablero geopolítico, parece que allí no viva nadie.

Me interesa mucho contar cómo el individuo se rehace. La historia, el río, le zarandea, y hay que explicar cómo se repone, qué hace cuando mira a su alrededor y está todo destruido

La asociación natural es Balcanes-guerra, pero nunca Balcanes-gente.

Por eso me gusta escribir sobre ellos. Ivo Andric por ejemplo habla de cómo los habitantes se acostumbran a reconstruir, con el Drina como referencia: lo que el río ha destruido ellos lo vuelven a levantar. Vista la historia, me interesa mucho contar cómo el individuo se rehace. La historia, el río, le zarandea, y hay que explicar cómo se repone, qué hace cuando mira a su alrededor y está todo destruido, qué levanta, qué reconstruye. Con todo, lo más difícil en el libro fue encontrar el tono, porque al final se trataba de escribir sobre experiencias humanas muy extremas. El tono tiene que ser el justo para transmitir el dolor de estas situaciones sin caer en el morbo barato.

¿Qué mensaje quieres que se transmita con el libro para alguien que no conoce los Balcanes?

El libro, desde el propio título, muestra la fuerza para mantener la dignidad. La mayoría de las historias son un homenaje a uno de los aspectos más luminosos de la naturaleza humana: la capacidad para recuperarte de auténticas tragedias y seguir queriendo disfrutar de estar vivos. No es casualidad que el libro termine con la palabra vivir.

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