Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Móviles en los espectáculos: el espejo roto

El espejo de la realidad roto en mil pedazos.
El espejo de la realidad roto en mil pedazos.
E.S.D.
El espejo de la realidad roto en mil pedazos.

Empieza el espectáculo. La masa saca su teléfono móvil y comienza a grabar. El puño de hierro de la multitud golpea el escenario con una fuerza desmedida y la representación se fragmenta en miles de trocitos de espejo en las manos de los espectadores. El gran espejo era bello, preciso, armónico, pulido y elegante. Los trozos, sin embargo, son lo que son: copias imperfectas de la idea original. Un mal encuadre, una realidad oscilante, ruidosa y mal iluminada.

Queremos poseerlo todo y parece que poseer en estos tiempos es tratar de encerrar la realidad en nuestro teléfono móvil. Nos fascina dejar un registro digital de nuestras experiencias. Genio, entra en la lámpara y no salgas hasta que yo te lo diga. Si no está grabado, si no hay una foto, parece que algo no ha existido. No has estado en París si no grabas París. Pretendemos encerrar la objetividad dentro de nuestra subjetividad de catorce por siete centímetros y lo cierto es que no cabe y que, por supuesto, la estamos empequeñeciendo, desvirtuando y, en muchas ocasiones, la agredimos y ofendemos.

"Somos reporteros de la nada. Enseñamos a nuestros hijos a posar, a grabar y a figurar. Enseñamos a encuadrar, pero no enseñamos a mirar, no ayudamos a ver".

Grabaciones de canciones enteras en conciertos, espectáculos de pirotecnia de principio a fin, representaciones callejeras de siete minutos y otras aberraciones parecidas son, por desgracia, lo habitual. Son, con alguna excepción, archivos digitales que no vuelven a verse nunca y que se pierden, ocupan espacio en las memorias de los móviles y llenan nubes de datos que amenazan tormenta eléctrica. La imagen de los futbolistas grabando sus celebraciones de títulos es especialmente ridícula. Hay una realización profesional con sesenta cámaras, pero el móvil les parece mejor.

La realidad es otra. El recuerdo que nos queda suele ser más bello. Ver las grabaciones que hacemos nosotros mismos resulta infumable y ver las de otros es una tortura. Se nos está olvidando la capacidad de disfrutar de lo que tenemos delante de las narices. Somos reporteros de la nada. Enseñamos a nuestros hijos a posar, a grabar y a figurar. Enseñamos a encuadrar, pero no enseñamos a mirar, no ayudamos a ver.

Puede ser razonable registrar quince segundos de un concierto para mandarlos a una persona a la que le vaya a hacer ilusión a través de un mensaje rápido. Ese es un uso maravilloso de la tecnología. El que lo recibe lo agradecerá porque entiende el detalle, comparte unos segundos de emoción, se alegra contigo y vuelve a su vida. No hace falta más. Vivir no es grabar. Grabar no es vivir. 

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