La vida en una ciudad del frente ucraniano: minas, pepinos y café con dulces para que los soldados "se sientan como en casa un rato"

Valentyn y Tetiana, voluntarios locales.
Lyudmyla y Mykola, que se dedican la cultivo de pepinos desde hace 21 años.
Olha Kosova
Valentyn y Tetiana, voluntarios locales.

"Entonces nos mandan atacar a los rusos. Como armas teníamos solo los kalashnikov, nada más. Llamé a mi comandante y le pedí que nos cubrieran con el fuego artillero. -No tenemos nada-, me dijo. -¿Y qué hacemos?-. -Amenazadles para que se asusten-".

Me lo cuenta Vova, un soldado de 29 años, mientras tomamos café en el patio de Valentyn y Tetiana, voluntarios locales, para explicarme que la frase "amenazadles" se había convertido en una broma interna. Aunque todos en la mesa ya habían escuchado esa historia un millón de veces, se parten de risa. 

Las puertas de esta casa, situada en un pueblo a sesenta kilómetros del frente, están literalmente abiertas durante todo el día. El flujo de soldados, vecinos y otros voluntarios no para. A todos ellos les ofrecen café y dulces, para que los soldados "se sientan como en casa por un rato". El salón se ha convertido en un almacén enorme con medicamentos, ropa, cajas con legumbres…

Valentyn y Tetiana, ambos de 27 años, tienen un negocio dental y llevan en el pueblo casi toda su vida. Cuando eran niños, Valentyn se trasladó de escuela y acabó sentado en una mesa con Tetiana. Se dieron cuenta de que "no necesitan a nadie más para ser felices" y desde entonces están juntos. Hace dos años Valentyn le propuso matrimonio en París. Viven en la casa de los padres de Tetiana, pero durante los últimos cinco años han estado trabajando y ahorrando para tener su propio piso. Cuentan que no quisieron pedir ayuda económica para que los padres pudieran algún día disfrutar de su jubilación. Antes de que empezara la guerra acabaron la reforma y planearon tener hijos. Ahora su piso está en venta y cada aspecto de su vida se ha ajustado "según el horario de la guerra"'.

Valentyn, voluntario, en su clínica dental.
Un médico militar atendiendo a un soldado en la clínica dental ubicada en la casa de los padres de Tetiana.

Los últimos ataques en Kremenchuk y Odessa han provocado una ola de reacciones en las redes sociales ucranianas. Sin embargo, la guerra en la mayoría de las ciudades se ha convertido en "una nueva normalidad". La vida en Kyiv, Dnipro o incluso Zaporiyia no se distingue mucho de la vida en cualquier otra ciudad europea: la gente disfruta del verano tomando sus сafés en las terrazas y solo las sirenas, a las que casi nadie hace caso, recuerdan de vez en cuando un peligro omnipresente. En su último discurso el presidente Zelenski reconoció que en la mayoría de las ciudades se percibe una "relajación" y recordó a sus paisanos que "la guerra no ha acabado todavía" y "su crueldad en algunos sitios solo sigue aumentando, así que no nos podemos olvidar de ello".

Tetiana dice que hubo un momento en el que pensaron en mudarse a alguna ciudad más segura. "Nos fuimos a Dnipro pero aguanté dos días. No entiendo cómo la gente puede estar tan tranquila. Estaba tan preocupada por los que quedaron aquí... Al final, volvimos y perdimos la fianza, pero me dio igual", comenta Tetiana.

En las ciudades y pueblos situados a un par de horas de viaje al Este de Zaporiyia o Dnipro, uno puede observar un contraste drástico. Aquí la guerra está presente en cada aspecto de la rutina diaria. Las carreteras destrozadas; la cola de soldados comprando cigarros en las tiendas locales; los restaurantes preparando la comida para los batallones; los locales curando la carne para meterla en las mochilas tácticas; los coches de color "píxel militar" por las calles... Tetiana no se atreve a conducir su coche, porque no todos los militares "respetan las normas de tráfico".

"Soy de la defensa territorial. Te puedo llevar a la línea cero", me dice un hombre por la calle con ropa de civil, huele a alcohol. Me comenta, "en confianza", que se cambió de ropa para comprar el alcohol. En cada supermercado y tienda de la ciudad hay un cartel que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas a gente en uniforme. La mayoría de los soldados respetan las reglas y dicen que "se sienten agradecidos" por el apoyo que reciben, pero no todos "aguantan la situación en el frente".

Valentyn y Tetiana reconocen que no planeaban convertirse en  voluntarios. Un día Valentyn estaba conduciendo y, en el centro de su pueblo, vio a un militar pidiendo que le ayudaran a comprar agua para su unidad. Valentyn le pagó unos cuantos bidones y así empezó. Se prometió a sí mismo que, cuando acabe la guerra, reconstruirá una casa destruida en Hullyipole para alguna familia. 

En su casa de verano Tetiana tiene un pequeño gabinete dental que funciona como clínica para los soldados. Hasta los libros en la biblioteca tratan de la guerra. Cómo Ucrania estuvo perdiendo Donbass (la región de Donetsk), La tierra del Makhno... "Quiero entender todo lo que está pasando. Estoy buscando la respuestas", me dice Tetiana al notar mi interés.

Tetiana
Tetiana, cuyos planes vitales ahora están supeditados al curso de la guerra.

"Nos mandaron a investigar lo que está pasando, pertenecemos al grupo de investigación. Luego nuestro comandante dio la orden de abrir fuego en el sitio al que nos había mandado antes. Cuando le dijeron que estábamos allí contestó que se le había pasado por completo", comenta otro militar invitado al patio de Tetiana.

"Ayer bombardearon la casa. Así que nos vamos a Odessa para apuntarnos al ejército. Allí vive la hermana de mi esposa y nos acogerán", cuenta Volodymyr, un voluntario local. Volodymyr le pidió consejo a Tetiana para comprar unos perfumes para su esposa, que ya es una doctora anestesióloga y debería tener una graduación. "No tienen dinero, pero quieren organizar una pequeña fiesta, para darle un poco de alegría", explica Tetiana mientras corta unas rosas de su jardín para la mujer de Volodymyr.

"No es que haya muchas opciones… El hospital en su ciudad no tiene ni ventanas. ¿Dónde va a trabajar? Volodymyr, en 2014, tuvo que huir de Donetsk y se apuntó al ejercito. Construyó una nueva casa… Los últimos meses ha estado ayudando como voluntario", comenta Tetiana. Intenta retener las lágrimas para no preocupar a sus padres. Le dan mucha pena los soldados y la gente que escapa de las ciudades bombardeadas.

Por la tarde, toda la familia se sienta en la mesa, escucha el sonido de artillería, habla de la guerra, de política... Lyudmyla y Mykola, los padres de Tetiana, tienen 56 años y cuentan que desde hace 21 se dedican al cultivo de los pepinos. Se levantan a las 5.30 de la mañana para empezar su jornada laboral. Ahora dan trabajo a los refugiados de los pueblos y ciudades afectados por la guerra. Al lado de los invernaderos, los soldados se entrenan, practican su puntería; en los campos hay carteles en los que se lee "Minas".

"Pero dentro de los invernaderos es bonito. ¡Se siente tan pacífico! Como si no lleváramos meses en guerra", comenta Lyudmyla.

Invernadero
Lyudmyla trabajando en el invernadero.
Olha Kosova
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