Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'La noche D': un buen programa con clichés por desaprender de la tele de los años 2000

Eva Soriano en 'La noche D'
Eva Soriano en 'La noche D'
RTVE
Eva Soriano en 'La noche D'

Las liturgias de la teatralidad televisiva clásica siguen vigentes y perdurarán. Son los trucos de siempre para contar una buena historia más allá del soporte desde el que se proyecte. La combinación perfecta de encuadre, luz, música, palabra y carácter. Sin embargo, en la década de los 2000 la pantalla televisiva fue interiorizando que para captar el interés del espectador había que incorporar impactos visuales y auditivos. Así se agitaba el interés de la audiencia que estaba tan tranquila en el sofá.

Las cámaras siempre con un pelín de vibración para dar ritmo al plano, el fondo escénico siempre con algo que se mueva para dar más ritmo a la imagen y la banda sonora musical de fondo siempre con algún soniquete que recalcara la intención de algún palabro decisivo. Ritmo, ritmo, más ritmo. "No puedorrrr" o "Hasta luego, Lucas", de Chiquito de la Calzada, fueron habituales en este cometido de despertar al público. Por suerte, que el chiquistaní se colara en todos los programas lo hemos ido superando. Aunque todavía alguno se cuela, de repente y sin avisar, por algún programa...

Estos códigos sensitivos para dar más fuerza al espectáculo han evolucionado. Siguen funcionando para dar viveza a los programas, pero sin exagerarlos tanto como en la década de los años 2000. Los lenguajes deben avanzar al mismo compás que la sociedad y el espectador de hoy agradece una tranquilidad audiovisual. La audiencia ya vive rodeada de ruido en el trajín de su teléfono móvil. Acepta las músicas, movimientos de cámara y escenografías que crean un inmersivo ambiente único, pero huye de la exclamación exagerada. De ahí que, por ejemplo, chirríe la efervescencia de 'La Noche D' que primero presentó Dani Rovira y, en la actualidad, comanda Eva Soriano en TVE. Un buen programa que, sin embargo, satura porque toda su estética abusa de un frenético jolgorio que funcionaba hace dos décadas pero que ahora aturulla. Se ve demasiado artificioso con la mezcla de ambientación musical sin tregua, fondos visuales saturados de información y con el mogollón de bailarines en las entradas y salidas de los invitados. 

Que los invitados aparezcan danzando junto al cuerpo de baile es buena idea, pues da entidad a este show. Es original y lo diferencia frente a otros programas. Es una seña de identidad. Lo que descoloca es la manera en la que irrumpe todo, música, acting y personajes, como de manera atropellada. No fue tan así el día que se realizó el programa en directo por la llegada victoriosa de Chanel Terrero desde Turín. Soriano, a los mandos y en directo, demostró que entiende los códigos de la comunicación cómplice. Pero, cuando el programa va enlatado y editado, ese tono actual de aquel buen trabajo en equipo en directo se desvirtúa. Porque el programa está armado con miedos de la tele de hace dos décadas que pueden espantar al espectador de 2020, que quiere conectar con un espacio desenfadado de entrevistas en TVE.  Se empuja a que pasen muchas cosas, pero igual hay que dar tiempo para que pasen situaciones reales y cómodas en un formato de estas características.  Era el mismo problema que sufría, a su manera, El Hormiguero y fue puliendo para dar más espacio a los invitados. Al menos, un poco más de espacio. 

El espectador que enciende la televisión no quiere tanto ruido como poder disfrutar de personas dejándose llevar frente a la cámara. Mejor aún si hacen partícipe a la audiencia de sus experiencias, vivencias y hasta dudas. Y para lograr ese resultado hay que rebajar todas las sobreactuaciones bailongas, politónicas y gráficas de los fondos con las que nos intentaba conquistar una tele con menos tecnología. Hay que retornar a las liturgias de la tele que no confunde ritmo con precipitación, aturdimiento y fogonazos.  El ritmo televisivo es como bailar. Cuadrar la coreografía cuesta, no es fácil. Pero ya no bailamos como King África, hoy somos más de Rosalía. 

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