Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

Los perros y las razas

Una participante en el World Dog Show Madrid jugando con su perro antes de competir.
Una participante en el World Dog Show Madrid jugando con su perro en un descanso de la competición.
Una participante en el World Dog Show Madrid jugando con su perro antes de competir.

Me gustan los perros. Nací así. Mi madre siempre cuenta que, siendo poco más que un bebé, ya escapaba de su mano para acariciarlos. Tanto me atraían que ella, gracias a la vista privilegiada que le daban sus 155 centímetros de altura iba cambiando de acera para evitarlos antes de que yo los oteara. Si no me llevé una colección de mordiscos durante mi infancia fue porque también nací equipada con el anillo del rey Salomón. Menos mal.

Siempre me han gustado los perros. Y he tenido la suerte de compartir mi vida con varios, todos mestizos. Mis mil leches me acompañaban  mientras crecían los libros sobre ellos en la estantería de mi cama nido. También me gustaron siempre los libros. Varios de esos volúmenes eran enciclopedias de razas, cuyas características llegué a memorizar igual de bien que otros se sabían las alineaciones de los equipos de Primera División. Me fascinaban los regios setters, fáciles de ver en Asturias; también el imponente aspecto de dogos y mastines. Me maravillaba, desde mi infantil ignorancia, la variedad de apariencias y funciones de lo que es, en el fondo, el mismo animal. 

Hace más de veinte años pisé por primera vez una protectora de animales. Vi las consecuencias de los caprichos, de la falta de responsabilidad, del uso del perro como una herramienta a descartar a la primera de cambio. Entendí que era imperativo animar a adoptar como primera opción cuando se quiere añadir un animal a la familia; a esterilizar; a endurecer las leyes ante el maltrato y el abandono y a dejar la cría única y exclusivamente en manos de los buenos criadores. 

Existen los buenos criadores, he llegado a conocer a esas personas que se guían por el amor a una determinada raza, en algunos casos antiquísimas, cuya devoción por sus perros se traduce en una pasión más que un negocio. También he visto la execrable perversión de esa realidad; esa otra cara de la moneda en la que los animales son solo mercancía, un infame negocio sustentado en el sufrimiento. Son los más, los que más fácil se encuentran cuando se lo quiere un cachorro de moda rápido y barato. Son una plaga.

Los perros de raza y los criadores que hacen las cosas bien en este país no tienen la culpa de esta realidad. Echársela es injusto. A ellos también les gustan los perros, todos los perros.

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